Correr para descubrir el destino – Milenio

Paul Thomas Anderson (Sydney: juego, prostitución y muerte, 1994; Junun, 2015), uno de los directores esenciales de la actualidad, rememora el contexto de su infancia en Licorice Pizza (EU, 2021), nombre de una cadena de tiendas de discos, volviendo al tema de las relaciones de pareja con su habitual mirada oblicua, como lo hiciera vía las contrastantes
Embriagado de amor (2002) y El hilo fantasma (2007). Transcurrida en tiempos de cierta ingenuidad en los que el espíritu emprendedor encontraba varias oportunidades inesperadas, como el hecho de que un grupo de menores liderados por un muy pagado de sí mismo joven de quince años, podía emprender negocios, por más aventureros que pudieran sonar, contando con el apoyo de una veinteañera que, por su parte, buscaba también su lugar en este microcosmos de horizontes abiertos.
Pero también son tiempos de crisis petrolera en los que resuenan los ecos de la guerra de Vietnam, abusos de distinta índole y una homofobia manifiesta. Para redondear la recreación del espíritu de aquellos años, suenan los pausados acordes nostálgicos de Johnny Greenwood, bien cobijados por evocativas cuerdas, junto a sonidos en clave de rock, soul y R&B, cortesía de Nina Simone, The Doors, Bing Crosby, Sonny & Cher, Wings, Seals & Crofts, Donovan, Suzi Quatro Taj Mahal y Blood, Sweat & Tears, entre otros, porque como lo pregunta Bowie, ¿habrá vida en Marte? Quizá sí, y se parezca a la que puebla el Valle de San Fernando en 1973, con toda su diversidad aún por manifestarse.
Los vestuarios y el cuidado con los objetos referencia- les de aquella época, así como las locaciones, incluyendo el recurrente bar Tail o’ The Cock y los diversos interiores de casas y negocios, terminan por sumergirnos en aquellos tiempos de guerra fría y relaciones cándidas, de asesinos seriales o peligrosos líderes sectarios, a la conservación de ciertas tradiciones religiosas y familiares y la ruptura de los moldes impuestos por las expectativas sociales: recreaciones que recuerdan a Boogie Nights (1997), Petróleo sangriento (2007) y Vicio propio (2014), no solo desde el componente visual, sino también del ideológico, desplegado desde un entorno particular que explica racionalidades culturales.
En estos escenarios, Gary es un adolescente (Cooper Hoffman, portando la herencia interpretativa de su padre con orgullo) que se ha desempeñado como actor en obras teatrales y comerciales, apoyado por su madre, y se mueve por la vida con una envidiable autoconfianza emprendedora, demostrada desde que se mira en el espejo y cuando conoce a Alana, una asistente de fotografía diez años mayor (Alana Haim, del trío musical nombrado como su apellido), quien todavía vive con sus padres y hermanas (las de vida real y con quienes comparte escenario sonoro) y no parece estar satisfecha con su situación, si bien se mantiene en pie de lucha con buen sentido del humor y un estilo desparpajado y efusivo.
A pesar de la diferencia de edades, empiezan a establecer un vínculo especial entre la distancia y el apoyo mutuo, los celos y la comprensión, la tensión sexual y ese terreno extraño en el que los deseos no siempre coinciden en tiempo y forma, pero permanecen vivos. Se vuelven cómplices en las oportunidades de negocio que detecta Gary, ya sea de máquinas pinball o camas de agua, novedades en aquellos años, mientras se acompañan a entrevistas o audiciones para continuar o entrar al mundo del espectáculo: sus manos se acercan sobre una superficie luminosa y corren para rescatarse, perseguirse, juguetear, reencontrarse o darle salida a emociones inexplicables que se acumulan en el palpitante corazón.
La relación que establecen es el eje por el que guion transcurre, incorporando personajes-viñeta que refieren a personas del showbiz de aquel tiempo y que funcionan para presentar un mosaico desquiciado del mundo adulto con el que entran en contacto, sobre todo Alana: Sean Penn es un actor que se resiste al paso de los años, mientras que desde las fumarolas del averno, surge Tom Waits, organizando suertes en moto; está la reclutadora de actrices y actores (Harriet Sansom Harris, breve y al borde), así como un Bradley Cooper frenético en el papel de galán de Barbra Streisand, Christine Ebersole en plan de explosiva teatrera y el candidato homosexual (el director Bennie Safdie), víctima de un paparazzi, con quien trabaja la protagonista como para experimentar el significado de un empleo.
Con enfáticos y firmes travellings, se acompaña la estrategia resolutiva de emprender la carrera perpetua a través de caminos por construir, frente a los distintos eventos en los que se ven envueltos los dos jóvenes, entre tonalidades amarillas y verdes e iluminaciones basadas en lámparas que resaltan entre los espacios oscuros, incorporando un juego constante de las perspectivas que tienen una sobre el otro y viceversa, en particular cuando están con otras personas y se miran a la distancia, entre reflejos y ventanas o en forma directa, desatando sentimientos encontrados y de paso, generando más confusión y cercanía, paradójicamente, entre ambos. Un relato vital, efusivo y de ánimos contagiantes. 



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@cuevasdelagarza


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