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Una de las cosas más importantes que he aprendido en la vida es que para ver con claridad, tener luz no es suficiente. De hecho, la oscuridad puede ser tu mejor herramienta, pero déjame explicar con algunos ejemplos mi punto.
Cuando decidí emprender y renunciar al mundo corporativo, pasaba por mi momento más vulnerable a nivel profesional. Me sentía insegura, asustada, confundida, indecisa, por qué no decirlo: débil. Sin duda era el peor momento para sentirme así, pues el principal capital de tu emprendimiento es la autoconfianza. Pero no había de otra, tuve que reconstruirme por dentro pegando cada pedacito de mi seguridad, mientras intentaba proyectar esa fuerza contagiante y convocadora que haría que el mercado se interese en mi propuesta de negocio y contrate mis servicios.
A casi dos semanas de haber anunciado mi ‘soltería’ en el mundo empresarial, es decir, que me convertiría en emprendedora, me llegó una casi propuesta de trabajo. Casi, porque si bien la persona que me llamó me dijo que ese puesto estaba pintado para mí y que el gerente general de esa compañía moría por contratarme, obviamente tenía que pasar una entrevista con él. Mi esposo, quien había sido mi linterna para caminar esos días de profunda oscuridad emocional y mi lamparita de noche para calmar, a punta de abrazos, mi ansiedad, estaba en absoluto desacuerdo. No entendía por qué quería volver tan rápido a trabajar para alguien cuando tenía la oportunidad de crear algo propio. Pero mi síndrome de hormiga sin hueco pudo más y fui ese mismo día a conversar con este gerente general.
La conversación fluyó bien: él prácticamente solo quería cuadrar fechas de mi ingreso. Confieso que me sentía como en una cita, dispuesta a desplegar todos mis encantos (profesionales, claro) pero, para ser honesta, no en modo ‘elegir’, sino seteada para que me elijan. En otras palabras, solo quería encontrar mi casita y taparme con un techo profesional para protegerme de la incertidumbre que trae el clima emprendedor.
Pasaron dos semanas y no supe más de él. Decidí llamar al amigo que me recomendó y pedirle que averigüe qué pasó. Me dijo que a este gerente le preocupaba que mi marca personal opacara a la marca para la que trabajaría, que yo brillaba mucho y eso le asustaba. Recuerdo que más que sentirme halagada y felicitarme a mí misma por haber construido una marca que no dependía de mi cargo en determinada empresa, me sentí mal. Por unos segundos estaba dispuesta a bajar mi brillo si eso era lo que él quería, o volverme neutra, incolora y bañarme en litros de acetona, si era necesario. En la vida personal también puedes perder la perspectiva.
Recuerdo, en mis épocas más duras –luego de mi divorcio–, el día en que mi hermano me sacó de mi casa a rastras porque me había acostumbrado a pasar las noches de los fines de semana en compañía solo de la luz del televisor. Llegué a su casa, donde ya habían llegado sus amigos para ir a una fiesta, y a pesar de la luz tenue me pareció ver a un lindo gatito. Ya en la fiesta, bailé toda la noche con mi pareja felina, ¿podía ser la noche más perfecta? Intercambiamos teléfonos y el gato me llamó temprano para salir a comer esa noche. Ya sentados frente a frente, sin las luces de colores de la fiesta, el gato tenía otro look. La falta de luz, o el exceso de ella, no me permitieron ver las cosas con lucidez.
Recordaba esto mirando unas lucecitas de colores del techo del spa de una querida amiga emprendedora. Pensaba también en la nueva etapa de “Con la luz prendida”, mi columna que hasta el día de hoy saldrá en Somos, revista a la que agradezco profundamente por la oportunidad de compartir con libertad mis ideas, anécdotas y reflexiones.
Creo que en esta nueva etapa me provoca evocar las luces de un arbolito de Navidad, acompañada por más luces y así visibilizar a otros emprendedores. Desde hoy encontrarás mi columna en una web que busca ser vitrina para el talento emprendedor: www.lucianaolivares.com Nos vemos a un clic de distancia.
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