lunes 7 mar 2022 | Actualizado a 16:29
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El ‘Mago’ Baptista, un ‘papelista’
Mariano Baptista Gumucio, escritor e historiador
Por Ricardo Bajo H.
La Paz / 7 de marzo de 2022 / 16:28
Mariano Baptista Gumucio prepara una biografía sobre Cecilio Guzmán de Rojas y una antología sobre Gesta Bárbara
Un escudo de Bolivia de 1900 da la bienvenida en la casa de Mariano Baptista Gumucio en Auquisamaña, La Paz. El “Mago” lo quiere llevar y donar al museo de la Guerra del Acre en Cobija. Desde la habitación acristalada donde charlamos se ve toda la zona Sur, rodeada de montañas. El hogar de Baptista es una pequeña gran galería de arte con decenas de versiones de Mona Lisa como obsesión (la que más me gusta es una de Marito Conde). Recorrer los pasillos y las habitaciones es pasear por el arte boliviano de los últimos cien años. Un “Cecilio” nos lleva a la Guerra del Chaco. “Me lo regaló su hijo Iván, que hace poco falleció, estoy escribiendo ahora una antología sobre las dos Gestas Bárbaras y una biografía de Guzmán de Rojas”, anuncia don Mariano. Lo hace, por supuesto, a su manera: buceando en las hemerotecas y los archivos, rescatando joyas como el poema Adiós que el poeta modernista y dramaturgo gallego Ramón María del Valle-Inclán escribiera a sugerencia del pintor indigenista.
(“Adiós te digo con tu gesto triste, indio boliviano / que la encomienda tornó mendigo / ¡Rebélate y quema las trojes del trigo! / ¡Rebélate, hermano! / Rompe la cadena, quebranta la peña / y la adusta greña / sacude el bronce de tu sien. (…) / Lo primero es colgar al Encomendero / y después segar el trigo / Indio boliviano / mano en la mano / Dios por testigo”. Valle-Inclán, Adiós, España y Bolivia, 1932).
—“¿Por qué se suicidó Cecilio en Llojeta hace ahora 72 años?
—Por doña Sol, la mujer más bella de la ciudad de La Paz. Ella tenía 22 años y él 52. También porque su teoría de la pintura coagulatoria fracasó.
—¿No crees que los horrores de la Guerra del Chaco algo tuvieron que ver? El dolor se puede tocar en sus pinturas bélicas, bajo la influencia de Goya, tras su paso por Cañada Strongest.
—A mi padre le pasó lo mismo. Nunca pudo ni siquiera hablar de la contienda, ni de sus días en Fortín Muñoz. Y se divorció después de la guerra”.
En la esquina del “living”, una medalla de la guerra del padre cuelga de una estatua de San Francisco de 1700 junto a otros galardones. El “Mago” no es creyente, es agnóstico (“sería una presunción mía no creer en nada, la religión es una forma de alivio espiritual, dudo que haya un ser supremo, el universo es inmenso”). Mariano señala orgulloso —con su mano temblorosa— los cuadros de los hermanos Lara. Hay pinturas de Gustavo y Raúl, e incluso de su hijo. Lo que ya no está en la casa es su frondosa biblioteca, donada en partes iguales a la Asociación de Periodista de La Paz, a Punata y a Camargo.
Apoyo. Nayda Tejerina es la secretaria de Mariano Baptista, a quien acompaña en sus trabajos
Baptista junto a los artistas hermanos Raúl y Gustavo Lara
El historiador junto con sus cuatro hermanos
Junto a Raúl Botelho Gosálvez, Gonzalo Saavedra y Neftalí Morón
Mariano como secretario de Víctor Paz a sus 22 años
Con el escritor mexicano Juan Rulfo
Sobre su mesa de trabajo hay papeles, recortes, libros ajenos, libros propios que alcanzan ya los 70 (el primero lo escribió con 23 años y se llamó Revolución y Universidad en Bolivia). Baptista Gumucio ha sido político, ministro, embajador, entusiasta juvenil del MNR, cónsul de Banzer en el Chile de los noventa, candidato a vicepresidente de la República en 1966, secretario personal de Víctor Paz. Ha escrito sobre violentos y enfermos, sobre envidiosos y mujeres (Un país machista), sobre ideas y largas guerras, sobre ahijados y secretarios. Ha sido (y es) periodista y ensayista, director de periódico (diez años al frente de Última Hora en los setenta), escritor, presentador de programas televisivos (hasta el día de hoy con su legendario Identidad y magia de Bolivia) y así hasta el infinito.
El “Mago” —alejado del divismo y la solemnidad— es un escritor inmediato (“Moro” Gumucio dixit); es un sobreviviente; es un francotirador de sus causas amigas, de las gentes valiosas sobre las que nadie escribe; y es —ante todo— un “papelista”. Si consultas el diccionario —sano ejercicio— verás que papelista es aquella persona que maneja papeles y que tiene conocimiento de ellos. Ese es don Mariano, un “hijo” que nunca quiso matar a sus “padres”. Esos particulares “padres” se llaman Augusto Céspedes, Franz Tamayo (le ha dedicado tres obras), Bartolomé Arzáns, Augusto Guzmán, Alcides Arguedas, Carlos Medinaceli, Gabriel René Moreno… “No soy parricida, Marcelo Quiroga Santa Cruz usó el concepto del complejo de Adán para hablar de esa tendencia parricida que tenemos en Bolivia, esa necesidad de anular lo que hizo la anterior generación, de comenzar de cero siempre, lo cual explica nuestro atraso”.
Don Mariano es consciente de que la cultura es la cenicienta del país. Por eso su última misión se llama museo. Cita a Mario Vargas Llosa para decir que un museo hace más que diez libros juntos. “Chile tiene tres museos dedicados a Pablo Neruda y los tres dan plata, son negocios rentables. ¿Por qué no hacer lo mismo en Bolivia?”. Baptista lleva armados seis de ellos dedicados a René Zabaleta; Tamayo; la Batalla de Ingavi y José Ballivián (en la antigua alcaldía de Viacha); las misiones jesuíticas (en la antigua Casa de la Cultura de Trinidad); Melgarejo y Nataniel Aguirre; y la familia Argandoña en La Glorieta de Sucre. El próximo año la lista se alargará con un repositorio en Cobija dedicado a la guerra desconocida, la Guerra del Acre (donde irá a parar ese escudo que da la bienvenida en su casa); con otro en Potosí para recoger el impacto de esta ciudad en el mundo europeo; y con otro en Santa Cruz en honor a Germán Busch Becerra y la Guerra del Chaco. “¿Por qué no contamos con un museo en Oruro dedicado a los hermanos Lara?”
Baptista Gumucio es un crítico permanente de la escuela y los maestros que tenemos (“he quedado con el Sambenito de enemigo del magisterio”); y también de la academia. Lucha de manera risueña contra el menosprecio de la colonia y la república. “No se entiende a Bolivia sin ambas, sin ellas seríamos gentes del desierto. Por ese resentimiento se cultiva el odio y se hace porque éste da dividendos, es más fácil odiar que construir, como bien dijo Carlos Medinaceli; no quisiera que lleguemos al bicentenario con un país dividido en dos facciones. El odio se alimenta de ignorancia, resentimiento y envidia. Hay que lograr consensos sin atropellar, sin negar el derecho a disentir”.
—¿No te has sentido en tu labor de divulgación cultural a ratos como un Quijote luchando contra miles de molinos?
—El peor molino es la burocracia, una burocracia insolente, ignorante y corrupta, herencia colonial, por cierto. Seguimos llenos de leyes y sellos, pedimos fotocopia de todo y alimentamos un negocio de coimas y más coimas. Cada autoridad es un pequeño virrey.
Aunque no lo parezca, el “Mago” es un optimista moderado. “Quisiera serlo por mis nietos, que no se tengan que ir al extranjero, Bolivia es el único país que tenemos. Nos falta ante todo comprensión del otro, educación, cultura y cortesía. Tenemos muchas sangres corriendo por nuestras venas, solo abrazando al otro, a los departamentos que se sienten marginados o postergados como el oriente y Tarija, tendremos futuro”.
(“Si queremos ser nación, lo primero es que vayamos aprendiendo a pensar —y expresarse— en conformidad al genio nacional, al alma de la raza, al “espíritu territorial”. Porque eso es lo propio nuestro, aunque por de pronto, ese espíritu sea todo lo mestizo e indígena que se quiera, no importa. Más vale relinchar por cuenta propia que no vestirse con las plumas del grajo”, Carlos Medinaceli).
Aunque no lo parezca, Baptista no es “arguediano” y cree que los países vecinos construyeron esa leyenda negra de pueblo enfermo. “Es la posición chilena de siempre, no dejarnos respirar”. No obstante, en algo es pesimista Baptista: “cada vez leemos menos y mira que eso es casi imposible. La televisión, las imágenes, las redes sociales han ganado la batalla. La frivolidad es la reina absoluta”.
Ahora que está cerca de cumplir 90 años (en diciembre de 2023), don Mariano hace un repaso y está contento con lo hecho en su vida, una vida larga repleta de lecturas voraces (más ensayos que novelas) “gracias” a sus crónicos desvelos nocturnos. Está feliz con la idea de dejar algo que sea útil a los demás, de haber servido al país con pasión como lo hicieron su padre, su abuelo, su tatarabuelo. En su epitafio quisiera que pongan: “Aquí descansa alguien que trató de no hacer daño deliberadamente a nadie”. Ha cultivado la comprensión, la amistad y el amor en su sentido más noble.
Y como todos, ha pasado por buenos y por malos momentos, como una operación en Chile a corazón abierto, un ataque cardiaco en 1980 y algunos problemas de estómago. Los días de mayor pesar se resumen en la muerte de su padre (Mariano Baptista Guzmán), de su madre (Mercedes Gumucio Reyes) y de sus tres hermanos (Fernando, Bernardo y Myriam; solo vive su hermana Emma). “Los llevo siempre en la memoria, el tiempo es la gran medicina para sanar del dolor, para enfrentar esos momentos siempre pensé que los días mejores están por llegar”.
El “Mago” —apodo heredado de la oratoria de su bisabuelo, Mariano Baptista Caserta, presidente de Bolivia entre 1862 y 1866— recuerda los tranvías que bajaban por su barrio de Sopocachi, los viejos amigos del colegio San Calixto y Bolívar, su infancia en su natal Cochabamba (donde su tío Gonzalo Gumucio lo inició en el hábito de la lectura), sus estudios en Londres, sus años en Sucre como subdirector de la Biblioteca Nacional y su década completa en la Caracas de los 60. No considera que tenga enemigos (algunos dicen que no escribe sus libros sino los “reúne”) pues el único verdadero enemigo es el tiempo. Y todavía se acuerda de cuando fue expulsado de cuarto de secundaria por haber leído públicamente las Tesis de Pulacayo.
—El otro día en la hemeroteca municipal me sorprendí con un poema de Tamayo ilustrado con un “top-less” atrevido. Dicen que la revista Semana de aquellos años setenta era el “Playboy” de los pobres. Esos desnudos te trajeron problemas incluso con la jerarquía católica, más preocupada en aquellos años de represión por el cuerpo desnudo de una mujer que por los perseguidos y asesinados.
—Sí, fue nuestra era particular del destape, diez años antes que en España. No quiero que se me malinterprete, no me gustaría ser acusado de machista pero no hay animal más estético que la mujer, una combinación de gracia, brillantez y belleza. Con la revista Semana vendíamos 20.000 periódicos cada viernes. Solo Presencia, cuando publicó los diarios del Che, nos ganó con 50.000 ejemplares vendidos.
Si tuviera que escoger al mejor presidente de Bolivia, el “Mago” escogería a Sucre por su honestidad y brillantez. Si tuviese que escoger al peor (“no vale decir Evo” le digo con una sonrisa no correspondida), nombraría a cualquiera de los militares del siglo XIX que gobernaron para nuestra pesadilla (“en cada boliviano hay escondido un dictadorcito”). Si pudiera viajar en la máquina del tiempo, se marcharía con Magallanes y Elcano a dar la vuelta al mundo por primera vez o a los años de la “Belle Epoque” entre 1870 y el inicio de la Primera Guerra Mundial. “Fue una era de paz, prosperidad, de grandes escritores y pintores, de vanguardias artísticas; un tiempo tranquilo pero también atravesado por esa pobreza absoluta retratada por Dickens, Tolstoi, Balzac”.
A donde no volvería sería a la plaza Murillo en 1946. “Con 14 años, vi colgados al mayor Eguino y Escóbar, oímos en la radio que habían colgado a Villarroel y con mi amigo Javier Lorini nos escapamos del colegio y allá nos fuimos. Estábamos en primera fila y desde ese día me convertí a la no violencia, luego más tarde leí a Ghandi y a Thoreau. Muchos años después, siendo director de Última Hora, encontré en los archivos una foto donde se me ve al lado de la horca junto a Lorini, que murió en la Revolución del 52”.
El “Mago” confiesa que ya no escribe sus libros, los dicta a su secretaria de los últimos 25 años, Nayda Tejerina Pozo, que le acompaña también a todo acto cultural. Llevamos dos horas largas de charla, con cafecito negro de por medio. Una llamada al teléfono fijo de la casa (otra rareza) interrumpe el diálogo. Es uno de sus nietos (uno de sus cuatros hijos). El abuelo, que conserva una memoria impresionante, no se ha olvidado y lo va a acompañar al aeropuerto de El Alto.
“Te voy a dar un libro donde está todo”, me dice a modo de despedida forzosa pero cordial. Don Mariano vuelve con tres libros más. Ahora entiendo por qué heredó el apodo de “Mago”. Uno de ellos es la investigación maravillosa realizada por su esposa Beatriz Rossells Montalvo alrededor del libro de cocina de la potosina Josefa de Escurrechea y Ondarza, de 1776.
Por la libertad y la cultura (Plural y Fundación Zofro, 2016), editado por Luis Urquieta Molleda, viejo amigo orureño (director del suplemento El Duende), es una biografía fragmentaria con una galería de fotos espectacular. Cuando comienzo a leer el libro, me doy cuenta de que efectivamente ahí está todo: ensayos y entrevistas sobre su obra y persona; su labor pedagoga/alfabetizadora; sus misiones diplomáticas como embajador en Washington en la era Reagan; su labor al frente de la Biblioteca Popular Boliviana de Última Hora; fragmentos sobre sus innumerables viajes por todo el mundo (“no hay mejor universidad que ponerse a caminar y ver gentes y paisajes distintos”); y sus “columnas del afecto” escritas por personajes como el poeta Pedro Shimose, “Paulovich”, Ramón Rocha Monroy, Wálter Chávez (que cita a Ribeyro para decir: “No hay mayor felicidad que hacer leer a los demás textos que no son de uno”), Luisa Fernanda Siles, Manfredo Kempff Suárez, H.C.F. Mansilla, Gabriel Chávez Casazola, Alberto Suazo Nathes, Wálter Montenegro, Fernando Molina, Álex Ayala Ugarte…
Entonces los epítetos se multiplican: “Boliviano rotundo”, “Sansón del papel y del archivo”, “Papá Noel impaciente”, “Mensajero de la memoria”, “Llama incesante”, “Hombre sin espuma”, “Rey Mago”, “Coleccionista insaciable”, “Vigía de la cultura”, “Erudito irónico”, “Don sintético”. O simplemente, Baptista, el “papelista”; el hombre que transmite memoria para construir identidad.
Se forma como aprendiz desde 1844 y en 1853 llega a ser supervisora, desalineándose del manejo tradicional de la enfermería de la época
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La vida de la comunidad El Palmar se dinamiza en torno a esta singular palmera que forma parte del escudo nacional de Bolivia
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La antropóloga y gestora cultural Varinia Oros comparte cómo ingresó la danza en el Museo Quai Branly-Jacques Chirac de Francia
Por Varinia Oros Rodríguez
Imagen: Julien Brachhammer
La Paz / 7 de marzo de 2022 / 16:17
Hace más de una década que en el Museo de Quai Branly-Jacques Chirac los parisinos y visitantes de todo el mundo disfrutan la muestra permanente de la danza Diablada, gracias a la adquisición de una colección completa que incluye todos los personajes, con todos sus accesorios y detalles que fueran cuidadosamente elegidos y coleccionados por Enrique Jiménez Cladera (+), quien fuera presidente de la Fraternidad Artística y Cultural “La Diablada” de Oruro, “La Frate” como cariñosamente se la llama.
Este importante museo antropológico fue inaugurado el año 2006 con el nombre de Musée du Quai Branly, tomando el nombre de la vía pública en la que se encuentra. Diez años después, el museo fue rebautizado como Musée du quai Branly- Jacques Chirac, en honor al presidente que habría planteado su creación, con el fin de ser una institución singular, dedicada a las artes y a las civilizaciones de África, Asia, Oceanía y América. A decir del propio Chirac, “se trataba de poner en su justo lugar a las culturas no europeas, rompiendo con una larga historia de desprecio, artes y civilizaciones demasiado tiempo ignoradas o desconocidas”.
El moderno museo, diseñado por el arquitecto Jean Nouvel, invita a abarcar toda la complejidad de las obras y las culturas de las que proceden y pretende también ser un centro del diálogo entre las culturas y civilizaciones. Con este fin reúne las colecciones de un doble legado, del Museo del Hombre y el Museo Nacional de las Artes de África y Oceanía, con más de 370.000 objetos, 700.000 piezas iconográficas y más de 200.000 títulos de obras de referencia.
Colección. Todos los trajes que participan en la danza se lucen en un ala del museo que está dedicada a Bolivia. Foto: Julien Brachhammer
La China Supay. Foto: Julien Brachhammer
El Arcángel Miguel. Foto: Julien Brachhammer
El oso. Foto: Julien Brachhammer
La Diablesa. Foto: Julien Brachhammer
Cuatro años después de la inauguración del museo comenzó el proyecto de exposición sobre La Diablada, cuando el año 2010 yo, Varinia Oros, fui beneficiaria de la beca “Profesión Cultural” del Ministerio de Cultura y Comunicación francés, promocionada por el mencionado museo. Durante la pasantía debía trabajar con las responsables de las colecciones de la Unidad Patrimonial de América, Paz Núñez Regueiro, y Dominique Gillot, del Polo de Inventario del museo, con quienes colaboré en la catalogación de los fondos bolivianos del museo. Gracias a este trabajo y revisión del material boliviano es que coincidimos con Paz en la inclinación que ambas teníamos por unas piezas de máscaras de la Diablada del museo, que si bien éstas no eran representativas, igual pretendíamos hacer un estudio de ellas. Fue entonces que recurrí a Enrique Jiménez Cladera, entonces presidente de La Frate, para pedir más información sobre los personajes antiguos y nuevos de la danza. Pero Enrique no solo me proporcionó la información, con una visión más amplia y difusora del patrimonio, sino que ofertó una colección completa con todos los personajes. Para ello nos envió una carpeta detallada y fotografías de cada uno de los trajes. Tras la exposición de la propuesta a las autoridades y especialistas del museo, éstos quedaron maravillados con los trajes y máscaras, aceptando la adquisición.
La colección está compuesta por nueve conjuntos de trajes de Diablada contemporáneos entre los años 2000 y 2008, que en algún momento fueron utilizados en el Carnaval de Oruro por Enrique, su esposa, hijas o miembros de La Frate. Destacan en la colección los personajes de: Ñaupa Diablo, que no es otro personaje que Lucifer, pero con características más antiguas al igual que su acompañante. la Ñaupa Chola; el Diablo de tropa, que representa a los pecados capitales; la Diablesa, representando la lujuria, usualmente personificado por mujeres jóvenes, al igual que su par la China Supay “Diabla Mujer”, antiguamente representada por hombres que simbolizaban la tentación de la carne; un imponente Arcángel Miguel, quien comanda toda la tropa de Diablos hasta los pies de la Virgen, y por supuesto no podía faltar el Oso, quien antiguamente tenía la finalidad de “abrir cancha” a chicotazos y con sus uñas de lata para que pasaran todos los danzarines.
Todos estos personajes estaban fiel y pulcramente encarnados en los trajes y máscaras ofertadas, lo que no solo convenció a los especialistas para su compra, sino que coincidieron con nosotras en que la colección debía formar parte de la plataforma de exposiciones permanentes de la sección América, donde hasta ese momento Bolivia estaba siendo representada en una pequeña sección por la cultura Kallawaya con un par de textiles —no menos importantes— que fueran colectados durante la década de los ochenta por Louis Girault; pero, grande fue nuestra sorpresa cuando el departamento de las Américas no solo decidió cambiar estos objetos, sino ampliar el espacio para Bolivia y así mostrar la colección completa.
El proceso de adquisición y montaje de la muestra llevó alrededor de un año, pues requirió de un equipo especializado en embalaje de este tipo de objetos en Bolivia, además de hacer todas las gestiones ante las entidades correspondientes para su salida. Paralelamente, el equipo de especialistas en el museo iba trabajando en el guion museográfico y en la información de las cédulas que acompañaría a la muestra, lo que permitió que una vez llegados los trajes el trabajo ya estuviera avanzado, lo que permitió inaugurar esta ala del repositorio el año 2011.
La exposición presenta los trajes en todo su esplendor, dispuestos sobre fondo negro con amplias franjas en rojo, amarillo y violeta, acompañados de cédulas explicativas sobre el personaje y una general que lleva por título Danses rituelles del Andes. La danse de la Diablada, remarcando la procedencia de Oruro, Bolivia.
Paralelamente a la muestra, con Paz Núñez fuimos trabajando un artículo titulado: La Danse de la Diablada du carnaval d’Oruro, publicado en la Revue du Louvre en 2012, donde no solo hablamos de la danza, sino también de la colección de los trajes de la nueva exposición.
A 10 años de su inauguración y de su permanencia, debemos resaltar el valor que tiene esta muestra, no solo por estar en un museo dedicado a las culturas no europeas más importantes del mundo; sino y sobre todo, porque el año 2008 entró en vigor la Lista Representativa del Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad, planteada por la Organización de la Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (Unesco), donde el Carnaval de Oruro es declarado Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad; la proximidad física y espacial entre la Unesco y el museo —ambos con sede en París— posibilitaron la visita a la exposición de delegaciones y personalidades vinculadas al tema patrimonial, muchas veces incluso guiadas por el propio presidente del museo de ese entonces, Stéphane Martin, quien a manera de anécdota sugería que las fotos a ser tomadas fueran al lado del Arcángel Miguel, que al parecer era el personaje de su preferencia. Recordar también que visitaron la muestra los exministros de Cultura del Estado Plurinacional de Bolivia como: Elizabeth Salguero, Pablo Groux y Marko Machicao, quienes reconocieron la importancia y valía de la misma, por difundir la danza como patrimonio de los bolivianos.
El contar con una exposición de este tipo fuera de nuestras fronteras, sin lugar a dudas beneficia no solo a la difusión y reafirmación de esta danza como boliviana, sino que creo que es una buena forma de hacerlo: mostrar al mundo que en Bolivia gozamos de una cultura festiva viva y colorida, realzada por prodigiosos maestros artesanos en el arte de la elaboración de máscaras y trajes bordados, como lo entendiera el recordado Enrique.
Después de un año sin actividad por el COVID-19, las máscaras y los bordados han regresado a los estantes para pronto brillar en el Carnaval
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Junto a su primo, el ingeniero Jameson Davis y su compañía —Wireless Telegraph and Signal Company, Ltd.—, lograron en 1899 un aparato capaz de sobrepasar más de 16 kilómetros
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La vida de la comunidad El Palmar se dinamiza en torno a esta singular palmera que forma parte del escudo nacional de Bolivia
Juan Curasi es recolector de janchicoco
Por Raúl Pérez y Sarezka Tapia
La Paz / 7 de marzo de 2022 / 16:04
En el departamento de Chuquisaca se encuentra el Área Natural de Manejo Integrado (ANMI) El Palmar. Allí crece una extraordinaria palmera conocida como janchicoco, un vocablo quechua que significa “coco molido” y que da nombre a un alimento de alto valor nutritivo que solo crece en Bolivia.
Esta palmera es como el “papá de la comunidad”, dice Israel Cervantes, recolector de janchicoco en El Palmar. “Nos da muchas cosas: el tallo, sus hojas, el fruto, la semilla”. Todo es comestible; el fruto se usa como forraje; la semilla se consume como mote (maíz desgranado), y se utiliza como ingrediente para elaborar empanadas, ajíes y hay pequeños emprendimientos que preparan galletas y alfajores.
Hombres, mujeres, jóvenes y niños ingresan a El Palmar y cosechan las semillas; las van acumulando para luego partirlas y llevarlas a sus hogares para consumo familiar o para su transformación en la planta de producción de galletas y alfajores.
Probablemente desconocen que para esto la palmera hizo una travesía de millones de años, según la descripción de la científica Mónica Moraes, botánica y bióloga, directora del Instituto de Ecología de la Universidad Mayor de San Andrés.
El janchicoco (Parajubaea torallyi) no es una palmera común, es endémica y es ahí que cobra importancia para la ciencia y el mundo porque los ojos del planeta están concentrados en este tipo de especies de carácter único, sostiene Moraes.
Es una especie impresionante y vistosa, describe la científica. La palmera da frutos todo el año, es capaz de crecer en una altitud de 3.400 metros sobre el nivel del mar, alcanzar una altura de 28 metros y su tronco puede llegar a medir 60 centímetros de diámetro, siendo una palmera longeva porque llega a vivir más de 500 años. Así de extraordinaria es.
De acuerdo con las investigaciones moleculares de especialistas, el janchicoco proviene de un género que se desarrolló en el bosque atlántico del Brasil, lo que significa que le ha tomado millones de años llegar a la parte occidental de Sudamérica antes de que se levanten los Andes, adaptándose bien al clima y adquiriendo una extraordinaria capacidad para subsistir a heladas extremas e insolaciones.
Sin embargo, el janchicoco no pudo poblar el territorio solo, para ello tuvo aliados biológicos. Para la polinización contó con la colaboración de varias especies de abejas y escarabajos curculiónidos, que son pequeños y llevan el grano de polen de una planta a otra. Y para la dispersión contó con el rey de la zona y de toda el área de extensión donde se encuentra el janchicoco, el oso jucumari, que se alimenta de los frutos y lleva la semilla a lugares donde se pueda adaptar y germinar, agrega Moraes.
Esa actividad fue registrada por Marcial Vargas, ex jefe de protección de El Palmar, que en videos comenta cómo una madre jucumari enseña a pelar el janchicoco a sus crías para alimentarse del fruto maduro.
Por todas estas características únicas, el janchicoco forma parte del escudo de Bolivia. Así lo establece el Decreto Supremo 241 del año 2009, el cual le asigna la categoría de símbolo nacional, lo que significa que forma parte del patrimonio natural y cultural del pueblo boliviano.
Alimento. Las nutritivas semillas
COMUNARIA. Sabina Zurita, de El Palmar, resguarda saberes gastronómicos sobre el janchicoco
Temprano por la mañana los recolectores empiezan la caminata por el área protegida cargados de canastas o tejidos. Van por senderos accidentados, interactuando con el oso jucumari. “Juuu”, suena el gruñido del jucumari que llega por la gran caja de resonancia del área a lo que los recolectores responden con una onomatopeya parecida; “juuu”, le dicen para entretenerse mientras llegan a los grandes bolsones de la palmera.
Wálter Chura, técnico del proyecto Agrobiodiversidad de FAO Bolivia, explica que actualmente esta organización da asistencia técnica para elaborar un plan de manejo sostenible en base a dos investigaciones: la primera, para determinar la distribución espacial de la palmera y actualizar el mapa de distribución; y la segunda, orientada a cuantificar la producción del fruto del janchicoco.
A la par, se trabaja para mejorar la nutrición de las familias dentro del área protegida, lo que implica, también, mejorar las condiciones de producción, transformación y comercialización del fruto, que tiene mucho potencial nutricional. De acuerdo con resultados de laboratorio, la semilla tiene altos valores proteínicos y ácidos oleicos, como el Omega 3, sostiene Chura.
Santos Serrano, administrador del Centro de Transformación El Palmar, dice que la transformación del janchicoco en galletas y otros ha sido un anhelo de la comunidad hecho realidad gracias al apoyo de varias organizaciones. Hoy la fábrica genera empleo e ingresos principalmente para los jóvenes. “En la actualidad la fábrica produce galletas, alfajores y para adelante se sueña con producir humintas (bollos), rosquetes (masa dulce), panetones (pan dulce) y aceites; el consumo del janchicoco ayuda a mantenerse joven y sano, y eso es de mucho valor para otras comunidades”, promociona Serrano.
Con el apoyo del Gobierno Autónomo Municipal de Presto, desde 2016 las galletas de janchicoco son incluidas en la alimentación complementaria escolar de 2.000 estudiantes. “Para futuro se tienen planes para mejorar la conservación del área y realizar un aprovechamiento integral del janchicoco. Se ha tenido acercamientos con una fábrica de chocolates para sacar un producto especializado y con la universidad de Chuquisaca para aprovechar el uso en aceite y jugos”, dice el alcalde, José Luis Paredes.
Dentro del territorio el rol de las mujeres es esencial para el resguardo del patrimonio alimentario. Sabina Zurita cuenta que desde pequeña molía el janchicoco para hacer empanadas con ají rojo y cebolla picada. “Ahora enseño a mis hijos sus preparaciones. Ellos son varones y me ayudan picando cebolla, moliendo la semilla, lavando y moliendo los cocos de janchicoco. Cuando no estoy, ellos pueden preparar cualquier plato o un refresco”.
El potencial del janchicoco en la gastronomía es rico, ya que a partir de él se puede preparar nogada (un guiso con pollo) o ají de papa con janchicoco y refrescos, explica Zurita, quien cuenta que las mujeres han formado un grupo de gastronomía para rescatar sus tradiciones.
Por sus características únicas y el valor estratégico para el territorio, el janchicoco es considerado una especie priorizada para garantizar la seguridad alimentaria con soberanía en el país, en el marco del proyecto Agrobiodiversidad ejecutado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en coordinación con el Ministerio de Medio Ambiente y Agua (MMAyA), y el financiamiento del Fondo para el Medio Ambiente (GEF).
El janchicoco ha sido extraordinario para el territorio en lo natural, alimentario y simbólico. A esto se suma el valor turístico que le da a El Palmar, donde se hacen los esfuerzos por contar con un albergue y trazar rutas turísticas. El municipio de Presto, por su parte, ha propuesto su lanzamiento como atractivo departamental a nivel nacional e internacional, informa su alcalde, José Luis Paredes.
Eleuterio Yucra, guardaparque del área, anuncia que en la actualidad se ofrecen rutas para llegar a Yana Q’ocha, que cuenta con pozas naturales de 10 metros y una cascada de 12 metros. Otro atractivo es K’ala Rumi, una formación rocosa de 60 metros que es un gran mirador natural, lugar perfecto para fotografiar, parabas, cóndores, y otras aves. Y, por supuesto, el Cañón Misión donde hay pozas naturales rodeadas por palmeras de janchicoco. En el lugar se hallan unos muros de piedra, posiblemente parte de una construcción que perteneció al expresidente Aniceto Arce y, caminando un poco más está el Cóndor Bañana, una ruta que muestra la riqueza medicinal del pino de monte, shuinto y thola, y donde se pueden observar a los cóndores bebiendo agua o tomando baños.
La Cinemateca Boliviana guarda un patrimonio de 8.800 rollos de cine boliviano, 33.000 de cintas extranjeras y 12.000 videos nacionales.
/ 27 de febrero de 2022
Mariano Baptista Gumucio prepara una biografía sobre Cecilio Guzmán de Rojas y una antología sobre Gesta Bárbara
/ 7 de marzo de 2022
Se forma como aprendiz desde 1844 y en 1853 llega a ser supervisora, desalineándose del manejo tradicional de la enfermería de la época
/ 21 de febrero de 2022
Desde sus bisabuelos los Flores se han dedicado a la creación de máscaras de diablada en Oruro. Juan Carlos es el heredero de esta tradición
Obra. Juan Carlos Flores, con reconocimientos por su trabajo
Por Andrea Rodríguez
Imagen: Richard Arana R.
La Paz / 27 de febrero de 2022 / 22:18
Las nubes se entusiasmaron, quisieron ser parte de la entrada orureña. Al compás de los bombos y trombones, mojaron las calles, graderías y plazas. Los diablos que venían saltando bajo un sol infernal cambiaron su ritmo para danzar sobre los charcos. Muchos escondieron sus cuernos bajo plásticos y chamarras, tímidos de retar a las grises nubes, pero no todos pudieron salvar sus máscaras. Los cuernos de muchos fueron afectados, las lentejuelas que forman dragones y serpientes se movieron, el brillo de los ojos dorados se desvaneció.
Con las calles ya secas y las promesas cumplidas, un danzarín fue visto cargando su decaída máscara por la calle La Paz, donde abundan los talleres de confección de trajes folklóricos. Él sabía que su máscara necesitaba de las manos de un artista para volver a lucir tan hermosa (y temible) como el primer día que la recogió del taller. Había oído cosas muy buenas de la familia Flores, quienes tienen una tradición artística de cuatro generaciones.
Germán Flores despejó la mesa, movió los botes de pegamento para los lados y delicadamente empujó un balde lleno de yeso (su materia prima) y pudo poner la máscara en medio. Comenzó a examinarla, sus manos habían tocado miles de máscaras y era experto en pescar las más mínimas fallas. Aceptó trabajar en ella a pesar de que no era de su creación, él la dejaría reluciente para el próximo Carnaval.
A un par de cuadras sonó el teléfono de Juan Carlos Flores, hijo de Germán. Juan Carlos casi no alcanzó a contestar. Él también realiza máscaras de diablo y tuvo que dejar los pinceles finamente balanceados para correr al llamado. Escuchó la voz de su padre al otro lado de la línea: Juan Carlos, me han traído una máscara tuya para mantenimiento, tienes que venir. La conversación fue breve, pero suficiente para dejarlo asustado. Qué máscara le llevaron, qué podrá estar mal, eran las preguntas que surgían. Su padre le había enseñado el oficio y temía su desaprobación.
De reojo vio su máscara, a decir verdad, casi en perfecto estado. Las lluvias habían dañado decenas de máscaras, pero la suya tenía nada más dos tímidas marcas a los costados. Pero Juan Carlos estaba aún dudoso, tenía los ojos fijos en la mesa, esperando el comentario de su padre. El ambiente era tenso, parecía que todos los diablos estaban también esperando ese juicio, con sus brillosos ojos observando desde las repisas.
El silencio se rompió, Germán se aclaró la garganta y dijo: “Hijo, ya eres maestro, yo ya no tengo nada que enseñarte”. Juan Carlos se sintió invadido por una sensación cálida, sus miedos desaparecieron, los brazos de su padre lo sujetaban y sus palabras lo llenaban de orgullo.
Juan Carlos Flores comenta que ese es el momento más feliz de su carrera artística como creador de máscaras de diablo. Él ha recibido varios reconocimientos y felicitaciones, incluyendo el más reciente por la Cámara de Senadores, pero afirma que la cúspide de su carrera fue ese día, sentado en el taller. “El que está en tu gremio, el que te guio, ese es el que sabe”, afirma con un nudo en la garganta al recordar el momento y a su difunto padre.
Juan Carlos es parte de un linaje artístico de cuatro generaciones. Su bisabuelo, abuelo y padre se han dedicado a la misma labor que llena sus jornadas. Él no puede recordar un día en el que no sintiera el ansia de crear, moldear y pintar.
“En esa época no llegaban a Oruro los juguetes que se veían en la televisión, pero me llamaban la atención y comencé a hacerlos con yeso”, cuenta Juan Carlos sobre su infancia y sus primeras creaciones.
Recuerda vívidamente un muñeco de E.T que se hizo, pues le gustaba mucho la historia del extraterrestre. Juan Carlos veía cómo su padre ponía esqueletos de alambre a sus figuras para que fueran móviles y lo imitó, asegurándose de que su pequeño juguete fuera también flexible.
Su pasión por la creación lo llevó a estudiar Arquitectura y Bellas Artes en su juventud. A pesar de que no ejerce la profesión de manera estricta, él afirma que los conceptos aprendidos lo ayudan a mejorar su trabajo. De acuerdo con Juan Carlos, el estudio le permite aprender de técnicas nuevas, como el manejo de la fibra de vidrio, mientras que su profundo respeto por la tradición familiar lo llevan a honrar el arte con identidad y estilo propio.
2021 fue un año particularmente duro para los artistas como Juan Carlos. La suspensión del Carnaval de Oruro a causa de la pandemia golpeó fuertemente la economía orureña. Muchos talleres tuvieron que cerrar y las familias optaron por nuevos rubros para mantenerse a flote. Juan Carlos comenta con pena que este golpe financiero puede significar la pérdida de tradiciones, pues si los artistas no regresan, se perderá el conocimiento generacional que varios de ellos heredaron. Por sobre todo, sería una pena que estos conocimientos perdieran ante la producción masiva —y sin espíritu— que ofrecen las máquinas, menciona Juan Carlos.
El regreso de los carnavales no es lo único necesario para ayudar a la industria creativa de Oruro, Juan Carlos clama por una inversión de recursos estratégica por parte de los gobernantes. Además, tiene planeado organizar a su gremio en una estructura colectiva para poder coordinar con la secretaria de Culturas y así llevar los trabajos y diseños de Oruro a diversas plataformas artísticas nacionales e internacionales.
Sin embargo, el artista confía en que el orgullo y la tradición orureña pueden triunfar ante la pandemia, por ello realizó una escultura con un diablo pisando al COVID-19. La obra fue aclamada en las redes sociales y sirvió para elevar el espíritu de la ciudad y del mismo Juan Carlos, quien ahora encuentra en internet un espacio más donde mostrar su trabajo.
El conocimiento de las tres generaciones que vinieron antes de él se lucieron en las calles orureñas ayer sábado y también hoy seguirá captando miradas por las pantallas de celular de quienes lo siguen por Facebook. El arte cambia, las plataformas mutan, pero la tradición perdura.
Junto a su primo, el ingeniero Jameson Davis y su compañía —Wireless Telegraph and Signal Company, Ltd.—, lograron en 1899 un aparato capaz de sobrepasar más de 16 kilómetros
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La Cinemateca Boliviana guarda un patrimonio de 8.800 rollos de cine boliviano, 33.000 de cintas extranjeras y 12.000 videos nacionales.
Por Ricardo Bajo H.
Imagen: Ricardo Bajo
La Paz / 27 de febrero de 2022 / 22:05
Ramiro Fernando Valdez Guzmán es microfonista de oficio. Es un obrero del cine boliviano. Por sus manos han pasado películas emblemáticas de Agazzi, Eguino, Valdivia, Loayza, Oroza, Sanjinés… Desde hace ocho años su oficina es el Archivo Fílmico “Marcos Kavlin” de la Cinemateca Boliviana que ha rescatado y custodia — a puro pulmón— el 90% del patrimonio fílmico de Bolivia. Ramiro limpia y cuida viejas películas en nitrato y celuloide; revisa, restaura equipos cinematográficos en mal estado, hace “transfer” a Telecine; recibe nuevas donaciones de filmes en 35 mm, 16 mm, 8 mm y videos; organiza al sindicato de técnicos y proyeccionistas; y sueña con más recursos y personal para preservar el patrimonio audiovisual de nuestro país. Es el guardián de la memoria. Estos días, Ramiro está feliz porque pronto llegará (si se logra la “desaduanización”, qué palabra más fea) un “scanner” digital comprado con un fondo alemán para la preservación cultural.
La película más antigua que tiene el Archivo Fílmico se llama Vistas de la ciudad de La Paz. Es de 1904, autor anónimo, material nitrato, altamente inflamable. No se puede disfrutar hoy en día porque no hay plata para pasarla a celuloide como se hizo con El bolillo fatal de Luis Castillo (también conocida como El emblema de la muerte, 1927); como se hizo también con Wara Wara (1930) de José María Velasco Maidana. El bolillo fatal—que narra el fusilamiento de Alfredo Jáuregui, acusado de asesinar en 1917 al presidente José Manuel Pando— fue milagrosamente rescatada en 2012 de la cabina de proyección de un cine abandonado, el mítico Cine Bolívar de El Prado paceño.
En el depósito del Archivo de la Cinemateca yacen olvidadas otras auténticas joyas de nuestro cine. La última que se ha descubierto en 2014 —tras lograr un fondo para la catalogación ejecutado por la argentina Carolina Cappa y la boliviana Soledad Domínguez en el proyecto Imágenes de Bolivia— se llama Hacia la gloria. La película, terminada en 1931 y censurada tras un único pase en marzo de 1932, fue dirigida a seis manos por Mario Camacho, Juan Jiménez y Raúl Durán.
En un cuarto oscuro del depósito estaban 126 rollos de nitrato de plata donados en los años 70. Hacia la gloria narra la historia de un joven nacido fuera del matrimonio; cuenta con el primer actor de doblaje (el mítico aviador yungueño Rafael Pabón Cuevas haciendo sus acrobacias); y tiene el lujo de un director de escena y actor (haciendo de yatiri) como el escritor Arturo Borda. Una investigación en hemeroteca ha permitido reconstruir el guion. Ahora “solo” falta la plata.
Ramiro Valdez tiene también entre sus manos otras películas perdidas: un documental sobre el primer centenario de Bolivia en 1925; otro sobre la posesión del presidente sucrense Hernando Siles; otro sobre la exposición en Buenos Aires de Cecilio Guzmán de Rojas tras vivir en las trincheras del Chaco; otro sobre las Alasitas de 1930; otro sobre la inauguración del “Gran Stadium Presidente Siles” ese mismo año, en enero, con victoria de The Strongest sobre Universitario. “Cuando tengas un tiempito, un sábado por la mañana, te pasas por el Archivo y te muestro los goles stronguistas”.
Entre hallazgo y hallazgo, Ramiro ha cambiado en estos años las latas de más de 800 películas de 35 milímetros que se encontraban en muy mal estado. Ha tardado meses pero lo ha conseguido. Incluso se ha dado a la tarea de calcular cuánto tarda por cada filme restaurado: dos horas de promedio. Ahora calcule, caro lector, dos horas por 843 películas. “Cuando se necesita reparar daños físicos, esto puede tomar uno o dos días”.
Ramiro no está solo en esta tarea silenciosa de titanes: cuenta con el apoyo de estudiantes que hacen sus pasantías y con el aporte solidario de los trabajadores técnicos del cine. “Esto ha sido gracias a la apertura que ha tenido la Cinemateca bajo la dirección de Mela Márquez en estos últimos años. Los compañeros obreros del cine boliviano —de arte, constructores, vestuaristas, maquillistas, iluminadores— nos colaboran desinteresadamente y así hemos podido montar también la exposición de objetos de cine para la Noche de Museos”.
Sin embargo, lo que más le preocupa a “Rami” son todos esos videos que se perdieron entre los años 80 y el nuevo siglo. “Lamentablemente en los canales de televisión, en los años ochenta, se grababan obras una encima de la otra, incluso en el Siete usaban el celuloide para adornar los árboles de Navidad”.
Las últimas donaciones en formato video han llegado por la generosidad de Antonio Eguino (más de 2.000 videos en U-Matic), María Eugenia Kirigin, de la productora Ecco, Jean Claude Eiffel, la familia Cajías-Muñoz, Agazzi, “Tonchi” Antezana, Marcos Loayza, Demetrio Nina y la productora del recientemente fallecido Luis PájaroMérida Coímbra (Wallparrimachi), Carlos Soria, Gioconda Aguilar y Germán Román.
Ramiro ha habilitados dos espacios para todos los “cassettes” y ha armado bandejas de acuerdo al tamaño de éstos. La isla de video que permitirá la digitalización de todos estos materiales alegra especialmente los ojos del guardián de la memoria. “La isla requiere de varias reparaciones, esperamos lograr esto lo más pronto posible”.
Ramiro también agradece otras donaciones recientes: películas —muchas de ellas familiares— entregadas por el actor Elías Serrano, por Roberto Lanza (11 rollos de 16 mm de Después de la coca), por Róger Quiroga, por los músicos Alexis Trepp y Boris Rodríguez, por Armando Urioste, por Carlos Cordero (tres rollos de Nazaria Ignacia en 16 mm) y por el actor David Mondacca. “Incluso tenemos dos rollos en 16 de la participación de Delia Gambarte de Quezada en el Congreso de la Federación Mundial de Mujeres en la URSS en 1962, ha sido una donación hermosa de Loyola Guzmán y Marcelo Quezada. Un señor Murillo también nos ha traído un corto rodado en 8 milímetros llamado El Escape, realizado por la promoción 1959 del Instituto Americano”.
Al Archivo de don Ramiro también llegan películas para ser restauradas. Cuando no se puede hacer este trabajo en la Cinemateca se envían a otros países que colaboran, como es el caso de los programas televisivos que grabara Luis Espinal Camps en el Canal 7 bajo el título de “En Carne Viva”, que están siendo recuperados en Colombia. “Los retos para la Cinemateca en el futuro serán cada vez mayores; en este periodo, pese a las varias limitaciones que tenemos, hemos logrado avanzar, el esfuerzo de la preservación de lo que se ha hecho hasta el momento dependerá de los esfuerzos colectivos despojados de intereses individuales”, dice Valdez Guzmán.
Ramiro, criado en la calle Ballivián del centro de La Paz, comenzó a enamorarse del cine cuando su padre lo llevaba en los años 60 una vez a la semana al cine Ebro o al París de la plaza Murillo. “Eran las salas más baratas, las sesiones eran dobles y continuadas, te podías quedar a vivir en la sala oscura; rara vez íbamos al Tesla o al Scala porque eran más caros. En aquellos años, la radio y el cine eran importantes y las películas argentinas y mexicanas causaban furor”.
Ramiro se metió a estudiar Administración pero nunca ejerció. A finales de los 70 comenzó a colaborar en el legendario semanario Aquí. “Ayudaba a doblar los periódicos, hacía un poco de todo, era un trabajo militante, ahí conocí a Beatriz Palacios, que era columnista”. Al mismo tiempo integraba la Asociación de Familiares de Mártires por la Liberación Nacional, lo que después sería la Asofamd, la Asociación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos.
Y así, una cosa llevó a la otra. Cuando Jorge Sanjinés y Beatriz Palacios comienzan a rodar Las banderas del amanecer (1985), su pasión por el cine lo lleva a hacer un poco de todo: ora chofer, ora microfonista, ora pintor, ora costurero de vestuario. “En el grupo Ukamau todos hacíamos de todo”. Por aquel entonces ya se había olvidado que con nueve años había visto Yawar Mallku (1969) en el cine México y no le había gustado. Años más tarde, proyectó cientos de veces y limpió esa cinta emblemática de Sanjinés en la sede de Ukamau junto a la plaza Riosinho.
Después de trabajar con Sanjinés, Valdez debuta en la televisión en la primera telenovela boliviana llamada Radio Pasión (1993), emitida por la red ATB en 70 capítulos y dirigida por Marcos Loayza con la inolvidable Norma Merlo en el reparto.
—Has trabajado con los más grandes directores del cine boliviano, “Rami”, ¿cuál es la peli que recuerdas con más cariño?”.
El sonidista responde al tiro: “Con La Casa del Sur de Carina Oroza y Ramiro Fierro, nos divertimos mucho en el rodaje con Piti Campos, David Mondacca, Alejandra Lanza y Cristian Mercado, fue todo muy fraterno y lindo”. Ramiro no se quiere olvidar tampoco de Cuestión de fe, de Loayza, ni de Eguino. “Don Antonio me provoca respeto y admiración profunda, ha formado a muchos técnicos, él mismo arrancó así. El mejor foquista que hemos tenido en nuestro cine, Freddy Delgado, que nos dejó hace poco por el COVID, aprendió con Eguino, el GordoAguirre, lo propio. Formó con calidad a muchos de nosotros, a Raquel Romero, Mela Márquez, Rafael Flores en las cámaras, Juan Cadena en la edición, Ramiro Quispe y Policarpio Torres como “gaffers”, Patricia Quintanilla en la producción…; a veces a los golpes, por el carácter de don Antonio, pero siempre muy solidario con su gente, cuando murió Freddy Delgado lo sintió verdaderamente como uno de los suyos”.
Valdez cree que hay un antes y un después en el cine boliviano. “Juan Carlos Valdivia, cuando volvió de México, transformó los modos de trabajo, nos daba retos nuevos, fue el primer gran cambio junto a la llegada de la primera generación que se formó en Cuba, en la Escuela de San Antonio de los Baños. Comenzamos a laburar con una mentalidad profesional, con horarios y disciplina, hasta entonces los técnicos éramos empíricos; éramos como el Mentisan, servíamos para todo pero no curábamos nada. Por cierto, Valdivia también ha donado cientos de rollos de sus películas como Jonás y la ballena rosada, Ivy Maraey, Zona Sur, American Visa”.
Por eso, la fama del técnico del cine boliviano atravesó fronteras. No se corren a la hora de arriesgar el pellejo; si hay que trepar un poste de 20 metros de altura, se trepa, sin importar la vida, solo el cine. “Cuando llegó el mexicano Carlos Bolado para rodar Olvidados, se quedó admirado de nuestro trabajo, todavía hoy cuando vienen a rodar a nuestro país no traen técnicos. Hemos avanzado mucho, por poner un ejemplo en maquillaje; desde que en Cuestión de fe, Marcos comenzó a trabajar con los primeros técnicos formados en la UMSA, como Jorge Altamirano, Víctor Mamani, Jaime Guzmán en arte”.
Entonces, Ramiro hace una pausa, no se quiere olvidar de Paolo Agazzi. El director de Mi socio elaboró el primer tarifario en el cine boliviano para los técnicos. “Antes de eso, no nos pagaban o pagaban mal, hasta que se rodó El día que murió el silencio”. El Tano es así.
La sala de nitratos del Archivo —sometida a un control riguroso de la temperatura— es un viaje por el túnel del tiempo. Una copia de La quimera del oro de Charles Chaplin, fechada en 1925, nos traslada a otro lugar. Cintas familiares —donadas hace poco— por los herederos de Arturo Posnansky nos llevan a otra ciudad. Y los 62 largometrajes (y 30 latas vacías más) donadas por Susana Gironda, la propietaria del Cine México, nos recuerdan tardes y noches de cine que nunca volverán.
Un proyector de 8 mm, marca Elmo, y dos rollos de 16 milímetros donados por Pedro Susz en octubre de 2014 tienen un rótulo enigmático: Film sin identificar. En el suelo aparecen unas películas de la Unión Soviética. Nadie sabe qué son, ni siquiera Ramiro. Los títulos están en cirílico y los señores de la embajada rusa que vinieron a verlas las dejaron donde las encontraron. Detrás de una bolsa azul que la familia Sevilla donó hace cinco años (un proyector Victor Animatograph junto a películas que se proyectaron en las minas en los años 40), se ve un cartel lleno de polvo. Es parte del “atrezzo” de Los hermanos Cartagena de Agazzi. El cartel negro dice: “Exigimos justicia para el pueblo”.
Es hora de irnos, el hijo de Freddy Delgado ha venido a buscar a don Ramiro. Abandonamos el Archivo por un pequeño pasillo con viejas cámaras de cine. “Mira, esta es la cámara con la que Velasco Maidana rodó sus películas. En el depósito también pude rescatar una cámara de nueve milímetros con perforación frontal, marca Pathé. Un amigo no me creía que teníamos este tesoro, ni se sabe cuánto puede costar”. Un proyector de carbón fabricado en Francia en 1910 y un revelador doméstico de 16 y 35 milímetros nos dicen adiós. Ramiro apaga las luces, todo queda a oscuras, como en el cine.
La artista suizo-boliviana tiene más de 15 premios internacionales y sus esculturas se pueden apreciar en lugares como Finlandia, Japón, Londres o México
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Por El Papirri
Imagen: El Papirri
La Paz / 27 de febrero de 2022 / 21:52
No sé si podré cumplirlos, pero los compromisos están en marcha. El escenario me llama aunque mi cuerpo está medio resentido, me siento débil, qué será. El 17 y 18 de marzo vuelvo al Teatro Nuna de La Paz, un espacio maravilloso con excelente sonido y luces. Comparto el escenario con el cantante y cantautor David Portillo, hermano musical con quien tenemos varias lunas de vuelo. “Para mí es inolvidable aquel tiempo cuando todavía estudiaba en colegio y me desvivía por la música boliviana. En esos años yo tenía un cancionero y lo llevaba a todos los conciertos que podía pagar juntando mis recreos. Así fue que pude apreciar tus canciones y verte tocar la guitarra por primera vez: 33 años atrás… Teatro al Aire Libre… Cielo abierto… y un equilibrista del aire tejiendo sonidos con el vapor de su alma. Esa vez, me acerqué a ti para conocerte en persona y también porque quería que autografíes mi cancionero. Todavía conservo tu dedicatoria con mucho cariño”, me dice David en una misiva emocionante.
Yo lo recuerdo siempre con su melena maravillosa, cargando una guitarra con estuche de aguayo, buscando su camino, su identidad. En la clase de armonía del taller de música de la UMSA que dictaba, allá por 1987, percibí su talento y musicalidad. Luego David integró el grupo Sobrevigencia, demostrando su tremenda solvencia como intérprete. Fue así que en el disco Cuentacantos de 1989 lo invité como apoyo vocal. “Un buen día, me invitaste a grabar contigo unas voces de apoyo en la canción que con el tiempo se volvió una de las más emblemáticas que interpretamos juntos: Sacudite. Después, la vida se encargó de nuestra buena amistad, así como de grabaciones y presentaciones musicales, por supuesto bebidas espirituosas y tertulias inolvidables… como buenos hermanos tampoco ha faltado alguna pelea; lo bueno es que ni me acuerdo por qué”, continúa escribiéndome el cantautor.
Prontamente llegó la versión de la canción Del amor, su bailecito para el disco Bien le cascaremos de 1994, una versión preciosa, emotiva, extrañamente con guitarra eléctrica y también llegó en el mismo disco la versión de Praxis, canción que me preguntó anteayer una señorita cajera de un banco si yo era el autor, le dije que sí, salió de la caja a darme un abrazo sentido, estaba realmente conmovida. Así son las canciones, se quedan en el corazón de la gente sin pedir permiso. En 2005 dejamos sellada en el alma de nuestro público la canción Polvos del olvido en el concierto “El Papirri en vivo” del Teatro Municipal de La Paz. En 2002, descubro a David como cantautor, una canción de su autoría, hermosa, vibrante, Vale un Potosí , me sigue trastornando, será un gusto tocarla juntos estas próximas noches. En 2018, Portillo me desafía, cantemos en los 39 años del Papirri la canción Nada es para siempre dedicada a los presos, esa canción yo no la podía cantar, me remitía a tiempos terribles pero moqueando moqueando la hicimos con David y su voz privilegiada. Luego nació en 2020, en plena pandemia, la morenada Mamita Cantila que da fuerza a mi último disco 60A. Nuestra historia tiene musculatura. Pa qués decir.
Ayer empezamos a ensayar con los músicos Vico Guzmán en batería, Segalez en bajo, Omar Callisaya en charangos y Kicho Jiménez en zampoñas. Suena bien el ensamble, el que está medio fallando soy yo que me agito en un dos por tres. El tiempo pasa, el tiempo pesa, el tiempo pisa, posa, phusi, pesk’a… dice una canción mía y así nomás es. Sin embargo, pondremos todas las ganas para seguir en el camino de la canción, el 8 de abril nos espera el Mesón del cantor, un lindo café concert cochabambino. En mayo 20 y 21 se viene El Papirri y los Bolitas en el Cine Teatro 6 de Agosto. En junio la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección del maestro Weimar Arancibia, desea hacer la reposición del Papirri Sinfónico. Uy cará. Eso sí que está jodido.
Este 2022 el escenario me llama de nuevo, ojalá que este virus cabrón nos deje trabajar sin dramas, somos un sector muy golpeado. Mientras, los invitamos a todos ustedes a estos conciertos, no sé, cómo será, pero estoy sintiendo de pronto el adiós a la escena. Hice cuentas, son 54 años en escenario desde que debuté en el Club de La Paz en julio de 1968, la guitarra era más grande que yo, tenía ocho añitos. Cada vez me cuestan más los ensayos y las entrevistas. Por ahora, creo que todavía podemos, por eso los esperamos con cierta premura… y ganas de dejar la vida en el campo de juego. ¡¡Ahura que podemos, ahura que tenemos, bien le cascaremos!!
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