En el siglo XX, la carrera espacial fue un asunto ideológico: la arena donde la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y Estados Unidos materializaron buena parte de la Guerra Fría. Para el siglo XXI, sin embargo, la cosa pinta distinta. Es el tiempo de la globalización y el hiperconsumo. La tecnología baja de precio y apunta hacia el universo: ¿serán los grandes corporativos, los países emergentes y las universidades quienes dominen la próxima aventura al espacio?
«En las últimas dos décadas, la tecnología ha dado un salto en disminución de costos. De repente, el umbral financiero para alcanzar cualquier aventura espacial cayó. Eso permite que, lo que estaba restringido para grandes agencias espaciales, de repente ahora se abre a muchos actores más: la academia, las universidades o los países emergentes», considera Gustavo Medina Tanco, responsable del Laboratorio de Instrumentación Espacial del Instituto de Ciencias Nucleares de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Él es uno de los líderes del Proyecto Colmena, la primera misión con la que México viajará a la Luna en junio de 2022. Lo hará a través de un vuelo no tripulado en el que se trasladará a cinco microrobots que tienen como objetivo principal estudiar la superficie y el polvo lunares como posible fuente de minerales, agua o metales preciosos.
En comparación con Estados Unidos, Rusia o China, México no ha tenido un papel tan relevante en las ciencias espaciales.
Sin embargo, dice el investigador, el canciller Marcelo Ebrard ha impulsado la participación del país latinoamericano en Artemisa, un programa internacional de vuelo espacial que pretende llevar al ser humano a la Luna otra vez.Y es que en este nuevo mercado del espacio los países emergentes podrían tener mayores oportunidades de acceder a diferentes misiones.
Medina Tanco pone el ejemplo del empresario estadounidense Elon Musk, quien con su técnica de reutilizar cohetes demostró que se pueden bajar enormemente los precios de acceso al espacio. «De algún modo, se ha democratizado el espacio», sugiere el también miembro de la International Astronautical Academy.
Lo que México busca con estos microrobots es explorar y entender mejor los recursos que puede brindar la superficie lunar a la humanidad, es decir, contribuir al primer paso para que la Luna se transforme en un centro de actividad económica.
«Los actores que harán eso [explotar los recursos de la Luna] pasarán a ser empresas, y las empresas deben tener lucro. Uno de los negocios que se desarrollará en un periodo de alrededor de dos décadas será la minería, tanto para recursos que se utilizarán in situ, como también minerales que puedan ser de interés en la Tierra», afirma el astrofísico Gustavo Medina Tanco.
Hay muchos elementos que el ser humano puede encontrar —y eventualmente extraer— en la superficie lunar. El agua es uno de ellos. El problema, explica el especialista, es que se encuentra en los polos de la Luna, donde las temperaturas son extremadamente bajas y existen dificultades técnicas para extraerla. Sin embargo, expediciones como la del Proyecto Colmena de la UNAM ayudarán a entender cómo superar esos obstáculos, afirma el especialista.
Otro elemento que puede extraerse es el helio 3, que se utiliza como combustible para la fusión nuclear. «Y si nos vamos a los asteroides podemos encontrar metales preciosos y tierras raras fundamentales para la tecnología. Por ejemplo, platino. Todos los celulares tienen platino y oro en su interior. En algún momento, será más rentable traer [esos materiales] del espacio que extraerlos de la Tierra a 50 kilómetros de profundidad», abunda.
México no puede quedarse fuera
Cuando en el espacio comiencen las actividades económicas será necesario establecer todo un sistema que brinde servicios a las personas o las máquinas que trabajen allá, como geolocalización, combustible, transporte, comunicación, agua, comida y mucho más. Es en ese mercado donde los países emergentes como México no pueden quedarse atrás.»Cuando las oportunidades comerciales [en el espacio] se materialicen, nadie podrá hacerlo solo: se requerirán de países o empresas con dos características: grandes capacidades de capital para invertir con alto riesgo y tecnologías clave», explica el investigador de la UNAM.
México quizá no tenga ese capital de riesgo, pero sí es capaz, mediante sus universidades, de desarrollar tecnologías innovadoras y comercialmente valiosas, señala.
Por ello, el Gobierno de López Obrador ha destacado la importancia de que el país latinoamericano participe activamente en programas espaciales de la NASA.
«Proyecto Colmena es la primera etapa de un nicho de tecnología espacial que queremos desarrollar para que México no participe de este sector como un consumidor, sino como un actor y un productor de bienes, riquezas, conocimientos y bienestar», indica Medina Tanco.
Ahi los robots desarrollados por la UNAM con el apoyo del gobierno de Hidalgo. Felicitaciones al Instituto de Investigaciones Nucleares y a todo el equipo que ha hecho posible esta iniciativa exitosa de México. pic.twitter.com/VQUNmS0Wa0 — Marcelo Ebrard C. (@m_ebrard) February 1, 2022
Ahi los robots desarrollados por la UNAM con el apoyo del gobierno de Hidalgo. Felicitaciones al Instituto de Investigaciones Nucleares y a todo el equipo que ha hecho posible esta iniciativa exitosa de México. pic.twitter.com/VQUNmS0Wa0 — Marcelo Ebrard C. (@m_ebrard) February 1, 2022
El peligro es la desigualdad
Al ritmo que avanza la tecnología, en unas décadas la inteligencia humana podría depender del último dispositivo desarrollado por Apple. Parece ciencia ficción, pero podría no serlo.
Así ilustra Medina Tanco un posible escenario futuro, en el que la desigualdad tecnológica traerá grandes problemas sociales, económicos y políticos en la vida diaria de las sociedades.
Y es que el hecho de que el espacio se convierta en un centro de actividad e intercambio comercial provocará que la tecnología y la ciencia en la Tierra avancen a pasos vertiginosos. No son pocos los científicos e ingenieros que prevén mayor conectividad, movilidades más sustentables y tecnologías más inteligentes.
El experto decide ir unas décadas atrás para explicar este problema, específicamente a la época cuando surgió internet, un invento que —en palabras del escritor cyberpunk Naief Yehya— prometió un mundo más justo donde todos podrían tener libre acceso al conocimiento, la cultura y la economía.
Con el paso de los años, sin embargo, quedó claro que aquella idea era una utopía: en 2022, en plena pandemia de COVID-19, un niño de Oaxaca no tiene la misma educación en línea ni la misma conectividad que un niño que vive en Londres o Berlín.
«A pesar de todas sus ventajas, el internet ha generado un problema de brechas digitales. Lo vemos con la pandemia y sus consecuencias en la interacción social. Ahora, con estas transformaciones [en el espacio], se generará una brecha tecnológica tan perversa y dañina como otras que han sucedido en el mundo. Lo peor es que ahora se irán sumando las brechas y el problema se volverá más grande, porque esas brechas harán sinergia», asegura Medina Tanco.
Para él, no es muy disparatado creer que, en unas décadas, una persona sea el simbionte donde se mezclen la inteligencia artificial y la inteligencia humana. Una especie de hombre máquina con mayores capacidades físicas e intelectuales gracias a los dispositivos que le fueron adheridos, indicó Sputnik Mundo.
«Para hacerlo más simple: imaginemos que se inventa un chip que se incrusta en el cerebro con mayor capacidad de memoria y así la persona se vuelve más inteligente. Eso costará y no necesariamente se podrá comprar. Esta situación hipotética es muy dañina, porque hasta ahora si hay algo que ha mantenido la esperanza es el hecho de que, seas rico o seas pobre, puedes tener la misma inteligencia», concluye.