Invierta en este ruinoso negocio, se lo recomienda su actor de confianza – elDiario.es

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Alberto Ortiz
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El mundo fugaz que trajo Internet moldea fortunas en cuestión de días y provoca quiebras millonarias con una simple consecución de clics. Solo así se explica tanto el auge como la reciente caída del último gurú de lo cripto de nombre profético, Samuel Bankman-Fried, alias SBF, fundador de la empresa FTX cuya quiebra ha afectado a más de un millón de personas en el mundo y que el pasado martes se declaró inocente de los ocho cargos penales relacionados con el colapso de su imperio de criptomonedas en el tribunal federal de Manhattan que va a juzgarle en los próximos meses.
Tu anuncio y cada vez el de más periodistas: ¿Es ético utilizar la credibilidad como reclamo comercial?
El último capítulo de la debacle de las monedas virtuales, que ha provocado un agujero de 8.000 millones de dólares (7.570 millones de euros), tiene un suplemento: una demanda colectiva millonaria contra los famosos que patrocinaron el negocio fallido, como el exbaloncestista Shaquille O’Neal, el jugador de fútbol americano Tom Brady, la tenista Naomi Osaka o el actor Larry David. 
“Una de las peores ideas que he escuchado”, le dice al inventor de la rueda un caudillo de Mesopotamia. La escena ocurre en un anuncio de televisión lanzado hace menos de un año en el que el comediante estadounidense va rechazando a lo largo de la historia todas las ideas que han ido cambiando el mundo: los cubiertos, la electricidad, la democracia… y, por último, FTX, “la forma simple y segura de comprar y vender cripto y NFT”. “Nooo, no lo veo. Y nunca me equivoco con estas cosas”, dice David en el papel del empresario que debe financiar la idea. “No seas como Larry”, cierra el comercial. Esto es, invierte en FTX.  
Nueve meses después, el Larry de la pantalla tenía razón mientras que el actor seguramente se haya arrepentido de haber formado parte de la campaña publicitaria de una empresa que ahora está en quiebra. Es probable que también esté pensando lo mismo el quarterback Brady –que no solo hizo de embajador sino que compró participaciones que ahora no valen nada–, su exmujer, la modelo Gisele Bündchen, el jugador de la NBA Stephen Curry, el exbaloncestista O’Neal, la tenista Osaka, el jugador de béisbol David Ortiz y otras tantas celebridades que se involucraron en la promoción de la empresa de SBF. 
La demanda colectiva presentada el mes pasado en Miami denuncia que Brady, David y los demás “engañaron a los clientes y participaron en prácticas engañosas para vender cuentas de divisas digitales con rendimiento de FTX” y pone sobre la mesa el debate sobre la responsabilidad que tienen estas personas con determinado alcance social a la hora de promocionar negocios ruinosos o incluso estafas.
Los demandantes acusan precisamente a estas personalidades de haber emitido “declaraciones falsas y omisiones” diseñadas para “inducir la confianza y llevar a los consumidores a invertir en lo que en última instancia era un esquema Ponzi”.
“La engañosa y fallida plataforma de FTX se basaba en representaciones falsas y en una conducta engañosa. […] El esquema fraudulento de FTX estaba diseñado para aprovecharse de inversores poco sofisticados de todo el país, que utilizan aplicaciones móviles para hacer sus inversiones”, acusan los denunciantes. El tema se cuela también en los canales de Telegram en los que se organizan los afectados. La situación de Brady, culpable y afectado al mismo tiempo, suscita algunas bromas: “Estaba casi llorando en su podcast. Primero el divorcio, luego una mala temporada en la NFL [la liga de fútbol americano] y ahora ha perdido casi todo su dinero”. “Metan a Brady en el grupo”, decía otro.
La relación entre famosos y este tipo de negocios no empezó con la empresa del treintañero SBF y seguramente tampoco acabe aquí. A mediados de 2021, la criptomoneda EthereumMax explotó, su valor se disparó de un día para otro y, apenas un mes más tarde, cayó con la misma velocidad hasta un suelo del que no se ha recuperado todavía. Justo antes de que la curva se precipitara, Kim Kardashian subió a su Instagram un post en el que decía: “Eh, chicos, ¿¿¿¿estáis en las cripto???? Esto no es consejo financiero, sino compartir lo que mis amigos me han contado de los token de EthereumMax”. En la misma publicación, la famosa empresaria incluía un enlace a la web de la criptomoneda. 
EthereumMax tardó pocos días en desplomarse. Poco después, la Comisión de la Bolsa y Valores de Estados Unidos (SEC) inició una investigación que detectó que aquellos amigos de la empresaria en realidad eran inversores que habían pagado 250.000 dólares para que promocionase la moneda virtual. En el país norteamericano es obligatorio por ley detallar si las publicaciones en redes sociales están financiadas por empresas o particulares, es decir, los influencers tienen prohibido hacer publicidad encubierta. La investigación también se extendió al boxeador Floyd Mayweather, que había hecho una publicidad semejante durante el auge de la criptomoneda.
La SEC anunció el pasado octubre que había alcanzado un acuerdo con Kardashian por el que la empresaria se comprometía a pagar 1,26 millones de dólares (aproximadamente la misma cantidad en euros) y a no hacer publicidad de criptomonedas en un lapso de tres años. 
Today we announced charges against Kim Kardashian for promoting a crypto security offered by EthereumMax without disclosing the payment she received for the promotion.

Kardashian agreed to settle the charges, pay $1.26 million, and cooperate with the investigation.
No era la primera vez que el boxeador Floyd Mayweather se implicaba en una campaña como esta. En 2017, promocionó junto al productor musical DJ Khaled una oferta inicial de criptomonedas de la empresa Centra Tech. Ambos invitaban a eventuales inversores desde sus redes sociales a comprar activos virtuales a cambio de unidades de la criptomoneda que la empresa estaba a punto de lanzar. “Me podéis llamar Floyd Crypto Mayweather a partir de ahora”, decía el deportista en sus canales, mientras el músico hablaba de la oferta como un “punto de inflexión” en su vida financiera. 
Centra Tech era en realidad un fraude y sus fundadores se enfrentan ahora a penas de hasta 65 años de prisión por delitos de conspiración y fraude financiero. Según el fiscal estadounidense que siguió el caso, “Robert Farkas [el dueño y cofundador] y sus cómplices engañaron a los inversionistas de la ICO [Oferta Inicial de Monedas] para que invirtieran en activos digitales millones de dólares basándose en afirmaciones ficticias sobre su compañía, incluidas declaraciones falsas relacionadas con su supuesta tecnología y sus relaciones con negocios legítimos en el sector de servicios financieros”.
Centra Tech no tenía, por ejemplo, la obligatoria licencia de comercialización que otorga la SEC. Tampoco tenían, en contra de lo que presumían, el respaldo de entidades financieras como Visa o Mastercard.
El proyecto obtuvo más de 32 millones de dólares en esa oferta inicial, pero se fue al traste en cuanto la SEC comenzó a hacer indagaciones. La autoridad estadounidense multó a Mayweather y a Khaled tras descubrir que ambos habían hecho publicidad de la criptomoneda a cambio de dinero, pero sin revelar en sus anuncios que cobraban por ello. Lo mismo que hizo Kardashian y que Mayweather ha vuelto a repetir ahora.
Convencer a miles de personas de que inviertan en un activo de especulación parece relativamente sencillo si se compara con organizar un festival de música de lujo en una isla privada y agotar las entradas. Para hacerlo, los organizadores contrataron a las modelos Bella Hadid y Kendall Jenner. También participaron Emily Ratajkowski, Nadine Leopold, Rose Bertram, Hailey Baldwin, Elsa Hosk, Chanel Iman, Shanina Shaik, Gizele Oliveira y Alessandra Ambrosio. 
Las entradas costaban entre 10.000 y 25.000 euros. Los cabezas de cartel, Blink-182, Migos y Major Lazer. El lugar, una isla privada que según la publicidad había pertenecido a Pablo Escobar, Fyre Cay, en el archipiélago de las Bahamas. El resultado, un grupo de personas varadas en un islote con sándwiches de queso salidos de una máquina de vending. La “experiencia musical inmersiva” en “dos fines de semana transformadores”, con alojamiento y comida “de alta calidad”, había sido sustituida por unas tiendas de campaña y comida basura. El fundador William McFarland convenció a casi un centenar de inversores para recaudar unos 24 millones de dólares que se fueron por un sumidero. 
McFarland fue detenido y acusado de fraude electrónico y las modelos que en sus post en redes sociales promocionaron el festival –dinero mediante– recibieron, como en los casos anteriores, multas de la SEC por no explicitar que se trataba de publicidad pagada. 
Para publicitar un negocio cripto una persona del deporte parece idónea: proyecta seguridad, audacia y cierta dosis de habilidad; un compendio de los anhelos de cualquier criptobro. Para un festival, nada mejor que un par de influencers. Pero si vas a promocionar un banco, contrata la fiabilidad del periodista que no se equivoca. Es lo que pensaron los integrantes del equipo de marketing del Banco Pastor que contrataron a Fernando Ónega para una campaña de la entidad en 2010. 
“Quiero hablarte de confianza, de experiencia y de Galicia”, comenzaba el spot del veterano periodista, que caminaba por una calle hasta la sucursal del banco del que era un cliente de toda la vida. “Como gallego, aprecio a quien actúa y se compromete con su gente. Por eso estoy con Banco Pastor”, cerraba la publicidad. 
Un año después, la crisis económica impactó de lleno en la entidad, que tuvo que ser absorbida, a través de una opa amistosa, por el Banco Popular. Este último quebró apenas seis años más tarde y fue comprado por el Santander por apenas un euro, en una operación que supuso que 15.000 personas en Galicia perdiesen todo el dinero invertido, la mayoría clientes originales del Pastor, según las organizaciones de damnificados. 
El periodista reflexionó sobre aquella campaña en un reportaje para este diario. “En mi caso había dos componentes que me inclinaron a aceptarla. Uno, digamos, sentimental, porque soy gallego y es un banco gallego, que además era ya mi banco, y me tiraba, digamos, la terriña. El otro, el serio, porque consideré que no afectaba a mi trabajo profesional porque no me dedico a la información económica”, dijo, aunque reconoció que antes de aceptarla tuvo un debate consigo mismo sobre si hacerlo. Preguntado de nuevo por este diario sobre aquello tras lo ocurrido con el banco, dice que no tiene nada de qué arrepentirse.
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