Empresarios deben mejorar su papel en soluciones políticas – Milenio.com

En el mundo occidental nos enfrentamos a dos crisis: un desplome de la confianza en nuestro sistema político democrático y una amenaza ambiental planetaria. La primera requiere la renovación del propósito común en casa. La segunda requiere no solo un propósito común en el país, sino uno global. Esto es algo que las empresas no pueden proporcionar. En su lugar, se necesitará una política eficaz. Una gran pregunta es si las empresas serán capaces de promover las soluciones políticas necesarias o solo crean problemas políticos.
Un pequeño rayo de luz sobre la política proviene de un informe del Centro para el Futuro de la Democracia de Cambridge. El informe concluye, a partir de encuestas de opinión en 27 países, incluidas todas las democracias occidentales, que la pandemia reforzó la confianza en el gobierno y perjudicó la credibilidad de los populistas. Pero hasta ahora no ha aumentado el apoyo a la democracia. Esto es un poco alentador. La confianza en el gobierno es una condición necesaria para actuar, más cuando, como en el caso del medio ambiente, eso significa sacrificio.
Sin embargo, una cuestión importante es el lugar que ocupan las empresas. Se trata de una pregunta apropiada para plantear esta semana, en la que se reúne de forma virtual el Foro Económico Mundial, una organización con los líderes empresariales mundiales.
Las empresas operan dentro de un sistema: el capitalismo de mercado. Este sistema es ahora globalmente dominante, al menos en el ámbito económico. La esencia del capitalismo es la competencia. Esto tiene profundas implicaciones: las entidades competitivas que buscan utilidades son amorales, incluso si respetan la ley. No estarán dispuestas a hacer cosas que no sean rentables, aunque sean socialmente deseables, ni se negarán a hacer cosas que sean rentables, aunque sean indeseables. Si algunas intentan hacer cualquiera de estas cosas, otras les superarán. Sus accionistas también pueden rebelarse. Ser o pretender ser virtuoso puede llevar beneficios a una compañía, pero a otras les puede ir bien solo por ser más baratas. La sociedad tiene que crear el marco en el que funcionan las empresas. Esto se aplica en todo: legislación laboral, seguridad social, política regional, regulación financiera, etc.
Lo que esto puede significar es el tema de un reciente número de la Oxford Review of Economic Policy sobre el capitalismo, que contiene ensayos que emprenden un difícil examen de la economía del capitalismo contemporáneo. De manera crucial, los supuestos bajo los que ha evolucionado el capitalismo en las últimas décadas son cuestionables y han tenido algunos resultados muy perversos. Se trata de un volumen importante (en el que también participé).
Son importantes los ensayos de Anat Admati, de Stanford, y Martin Hellwig, del Instituto Max Planck. Ambos consideran el papel de los líderes empresariales como voces influyentes, aunque interesadas, a la hora de establecer la política pública en materia de derecho de sociedades, derecho de la competencia, fiscalidad, regulación financiera, regulación medioambiental y muchas otras áreas. El resultado, sugieren ellos y otros autores, ha sido la aparición de un sistema de extracción oportunista de rentas que crea riesgos no asegurables para la mayoría y enormes recompensas para unos pocos. Esto ha contribuido en gran medida a socavar la confianza en la democracia y a aumentar el apoyo a los populistas.
De manera crucial, esto destruye la ingenua idea de que es posible separar el papel de las empresas que maximizan los beneficios del de la política a la hora de establecer las “reglas del juego”, como recomendó Milton Friedman. Las empresas han utilizado su influencia para establecer las reglas del juego bajo las cuales pueden jugar. No es la única voz, por supuesto, pero es una voz bien dotada e influyente, y más en Estados Unidos.
El resultado es una forma de capitalismo que crea una distribución muy desigual de las recompensas y traslada los riesgos inmanejables a la gente común. El resultado ha sido la actual política de ansiedad e ira. La crisis financiera de 2007-2012 desempeñó un papel importante en el fomento de esa ansiedad e ira, ya que muchos de millones de personas inocentes sufrieron mientras se rescataba a las instituciones cuyo comportamiento provocó la implosión. Seguro por ello los populistas de derecha, como Donald Trump, acabaron sustituyendo a los conservadores más tradicionales.
Sin embargo, ahora la pandemia creó una oportunidad para una política de competencia y propósito compartido. Esto nos da al menos una oportunidad de hacerlo mejor.
Hay argumentos para reformar nuestra forma de capitalismo, conservando su esencia de innovación y competencia. Esto no será inédito. La creación de la sociedad anónima fue en su día una innovación muy polémica, igual que la creación de seguros sociales. En la actualidad, la cuestión más importante es la relación entre las empresas, la sociedad y la política.
Aquí están algunas las preguntas que sugiero se hagan a los líderes empresariales comprometidos con el Foro Económico Mundial. ¿Qué estoy haciendo, como líder empresarial, para aumentar la capacidad de mi país y del mundo de tomar decisiones sensatas en interés de todos? ¿Cabildeo para obtener un trato fiscal y regulatorio especial o apoyo acciones que unan a la gente de mi dividido país? ¿Estoy dispuesto a pagar los impuestos que nuestro éxito hace justificables? ¿Qué estoy haciendo para apoyar las leyes que harán rendir cuentas a las organizaciones empresariales deshonestas?
La pandemia dejó muchas lecciones, una de las más importante es lo que se puede hacer si las habilidades de las empresas se unen a los recursos públicos para lograr propósitos urgentes. Esto es lo que hace que la historia de la vacuna sea tan alentadora (y la reacción de los antivacunas tan deprimente). Los líderes empresariales son personas racionales a cargo de instituciones importantes. Deben apreciar la necesidad de reforzar nuestra capacidad de tomar decisiones colectivas con sensatez. Les guste o no, son actores potentes en nuestra frágil política democrática y también en la toma de decisiones a escala mundial. Tienen que tomarse en serio este papel y desempeñarlo con decencia y responsabilidad. A pesar de toda la retórica que escuchamos, esto todavía no es lo que vemos.

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