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Es montevideana, tiene 37 años y es licenciada en Relaciones Exteriores (Udelar). Hija de Isaac y Myriam, cuenta que la impronta emprendedora de sus padres está en su ADN. Su negocio nació con la creación de aceites íntimos comestibles, una fórmula innovadora que patentó y validó con capital semilla que obtuvo en la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII). Luego fue sumando más productos como copas y bombachas menstruales, entre otros, con los que llega a un público cada vez más amplio, asegura.
Su hermana vive en España, país que visita habitualmente y aprovecha cada viaje para buscar nuevas tendencias. En su tiempo libre hace yoga y es apasionada por el tenis.
— ¿Cómo surgió Pink Lady?
— Mis padres fueron emprendedores, emprender está en mi ADN. Mi papá, Isaac Lubchansky, empezó de abajo e hizo de todo: desde vender ropa en la feria, hasta aprender solo inglés. Viajó a EE.UU. y de allá trajo a Uruguay los derechos de las películas triple X, los cines para adultos. Ese negocio le hizo una gran diferencia económica. Pese a que mi mamá (Myriam Jerusalmi) puso el grito en el cielo, él compró formatos como el concurso del bikini open que negoció incluso con Marcelo Tinelli. Cuando mi hermana y yo empezamos a crecer, mamá insistió para que se desvinculara de ese rubro. Él hizo un giro en los negocios y creó «Fono encuentros del amor, 0900 AMOR», que yo digo que era el Tinder de la época. Incursionó en publicidad, videos, de todo. Papá falleció muy joven y nuestra realidad cambió. Mamá creó spas de lujo en cadenas hoteleras y con ella trabajé ideando tratamientos de belleza. Ahí descubrí que me interesaba ese rubro. En un momento me dije: «yo también quiero emprender». Había estudiado comercio exterior, pero quería un negocio propio. Uní las dos cosas, la idea de hacer sentir bien a la mujer y la intimidad. Hay quienes me dicen que el nombre Pink Lady coincide con mis iniciales, yo respondo que no es casualidad, mi marca soy yo. No vendo algo que no comprobé que es bueno, soy transparente en esto. Quiero empoderar a la mujer, lograr que se sienta bien, salga a la calle confiada y segura de sí misma.
—¿Cómo surgió la idea de crear la línea de masajes con aceites comestibles?
—Mi fórmula fue unir belleza e intimidad. La trabajé con un químico, probamos texturas, sabores, muchas variantes. Así surgió Kissable Body Oil, aceites íntimos lubricantes con distintos sabores: frutilla con chantilly -que es el que más se vende-, frutos del bosque y maracuyá. Vienen en dos formatos, sachet y botellita de vidrio, sirven para hacer masajes y brindan efecto calor y sabor, no tienen azúcar agregado, son veganos, compatibles con el látex y con juguetes sexuales; en suma: son aptos para todos. Al principio mi madre se quería morir, pero hoy trabaja conmigo. Y yo vivo de esto.
—Fue elegida como emprendedora innovadora por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII)…
—Sí, con una fórmula patentada y de industria nacional, me presenté a la ANII y siento que eso validó mi producto, no era que solo yo estaba enamorada de mi proyecto, sino que era viable. Con los US$ 25.000 de capital semilla invertí en patentes e investigación, recibí asesoramiento y pude crecer. Había empezado con la plata de un despido, no tenía espalda económica, a mi madre la habían estafado, estábamos en una situación muy difícil.
—¿Dónde empezó a vender sus aceites?
—Las primeras unidades las coloqué en sex shops pero quería llegar al público masivo. Dejaba el producto a consignación a $ 199 y lo vendían a $ 1.090. Me di cuenta que mis aceites gustaban y volaban en ventas. Dejé esa firma, que ahora ofrece una versión propia. Cuando uno es bueno, le copian, pero la competencia es sana y hay espacio para todos. Mi sueño era que mis aceites estuvieran en cadenas de farmacias y eso ocurrió en 2015 cuando ingresé a Farmashop. Hoy tengo más de 300 puntos de venta. Sumé San Roque, Natal, Farmacia El Túnel, Si-Si, distribuidoras en el interior del país, entre otros. Cada sachet tiene 10 mililitros y vale alrededor de $ 84 y rinde para dos usos.
—¿Cómo evolucionaron las ventas? ¿Qué pasó durante la pandemia?
—Además de puntos de venta, tenemos e-commerce propio, estamos en Mercado Libre y somos muy activos en Instagram. En cuanto a las ventas, en pandemia se dispararon, diría que se duplicaron, me imagino porque la gente estaba encerrada y le agregó un poco más de creatividad a su vida íntima. El producto se dio a conocer y pasó a ser algo cotidiano que puede comprarse en muchos lugares.
—Tras los aceites, Pink Lady sumó la copita menstrual, ¿cómo decidió esa incorporación?
—Mi hermana vive en el exterior, aprovecho cada viaje para conocer, refrescar la cabeza, encontrar tendencias. Así descubrí la copita menstrual en un sex shop, venía en una bolsita, sin indicaciones, sin nada. La compré, la probé y dije, tengo que llevar esto a Uruguay. Era muy incipiente su uso y acá no se hablaba de su existencia. Cuando fui al Ministerio de Salud Pública no sabían ni cómo regularla, me llevó años ingresar el producto como corresponde, con todas las habilitaciones. Después logré el aval de la Sociedad Ginecotológica del Uruguay y hoy la copita de Pink Lady es la única que tiene su aval. Creo que eso es una garantía para las mujeres a la hora de elegir qué productos usar. Emprender lleva tiempo, esfuerzo y paciencia. Hay mucho trabajo atrás de cada uno de los productos que ofrezco.
—¿La copita Pink Lady no es un producto caro?
—Vale $1.950 y dura entre cinco y 10 años. En el caso menos optimista, una mujer la utilizará 60 meses, lo que se traduce en $ 32,50 por mes. Usar la copita cuesta menos que comprar un alfajor. En cambio, si dura 10 años, le costará $ 16,25 cada mes. Digo siempre que la duración depende del cuidado, tengo cuentos de clientas que se olvidaron de la copita y la dejaron hirviendo hasta que se derritió, otras fueron destrozadas por su mascota, otras se les prendió fuego. Por eso también sumamos un vaso esterilizador para microondas que evita estos problemas. Nuestro producto viene con un manual donde explica sobre su cuidado y desinfección para que dure, aunque no es lo que más me conviene porque vender copitas es como vender colchones, uno compra uno y dura muchos años.
—¿Cuántas copitas ya vendió?
—Unas 15.000, pero hay espacio para crecer más. Estamos negociando más puntos de ventas, pero también ideando otros planes que incluyen acciones para que más mujeres puedan acceder a la copita.
—¿Fue difícil convencer a mujeres a incorporar un producto tan innovador?
—Creo que una vez que lo prueban, no nos abandonan. Más allá del dinero que se ahorra, hay también hay una cuestión de comodidad, salud y de ser sustentables porque evitamos la generación de residuos. Nuestra copita es 100% de silicona médica hipoalergénica, inhibe infecciones, alergias, hongos, olores. Puede usarse durante 12 horas continuas y las mujeres evitan el uso de productos de higiene femenina que pueden ser nocivos para la salud.
—¿A qué se refiere?
—A los materiales de otros productos de higiene íntima. Sus cajas no cuentan de qué se componen y no es requisito en ninguna parte del mundo decirlo, las mujeres no saben que están hechos de celulosa y no de algodón, que usan blanqueadores en el proceso, productos tóxicos, etcétera. Tener una copita es una inversión en salud. La de Pink Lady es de un material muy blando, una vez que se aprende a usar, no se vuelve a otros métodos. En este sentido acompañamos a nuestras clientas, no solo le damos información en la caja del producto, sino que tenemos tutoriales de uso y un diálogo constante con ellas. Gracias a eso, sumamos más propuestas.
—¿Qué incorporaciones ha realizado la marca en el rubro higiene íntima?
—Escuchamos a nuestras seguidoras, algunas no se animan a probar la copita, así que agregamos una línea de tampones 100% de algodón orgánico, con certificación europea que importamos de España. Nos preocupamos por ofrecer productos que brinden tranquilidad, que nuestras consumidoras sepan que las estamos cuidando. Creo que ese es el diferencial de la marca. Pink Lady se preocupa por garantizar que ofrece un producto noble, que no hará daño. La principal diferencia de los tampones orgánicos es que son de algodón, no de celulosa, tienen un velo de seguridad que recubre su núcleo absorbente y no deja residuos. ¿Son más caros? Sí, pero garantizan que no desprenden fibras sintéticas dentro de nuestro cuerpo, algo que ocurre con los tradicionales. Estos tampones los importamos de España y vienen en envases de cartón reciclado y cada unidad viene envuelta en papel. Son productos orgánicos y no se testean en animales. En cuanto al medio ambiente, se degradan 40% más rápido que los tradicionales. Los ofrecemos en tres tamaños, mini, medio y súper, valen $ 496, pero según la semana hay distintas promociones con tarjetas y cuponeras. Realmente queremos que conozcan nuestra propuesta y que las mujeres tengan más opciones.
—Con el aumento de su portafolio de productos, ¿cambió el perfil de su clientela?
—No conozco otra marca que se ocupe de la higiene e intimidad de las mujeres como Pink Lady. Tenemos productos para mujeres de todas las edades. Por ejemplo, en 2020 sumamos bombachas menstruales, tenemos seis modelos y en cada caja indicamos la equivalencia de absorción. Con un pack de tres unidades, una mujer cubre su ciclo menstrual. Estas prendas cuestan $ 1.549 y bien cuidadas, duran dos años. Al estar en contacto con nuestras consumidoras descubrimos que nuestras bombachas menstruales son usadas por jóvenes, pero también por adultas, que se sienten seguras al usarlas porque son absorbentes, así que salen a la calle confiadas con esta prenda. Pueden ser un complemento para otro método de absorción, como el tampón, pero también contienen flujo vaginal y desbordes de orina. Siento que estoy acompañando a las mujeres y también logro empoderarlas. Lo que se viene ahora es multiplicar puntos de venta, por qué no estar en grandes cadenas de supermercados.
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