El audaz plan de Xi Jinping para la próxima etapa de innovación en China – La Vanguardia

Economía
Directo
Elecciones en Francia | Votación y resultados de la segunda vuelta, en directo

Ucrania – Rusia: la guerra en directo | Última hora sobre Putin, Zelenski, Odesa y el Donbass
Deportes
Tenis | Carlos Alcaraz – Pablo Carreño, la final del Trofeo Conde de Godó en directo
Xi Jingping, en una imagen de archivo
The Economist
El futuro es prometedor para Zhuzhou. En el pasado, esa ciudad de 4 millones de habitantes, situada en la provincia interior de Hunan, se aprovechó a menudo de la actividad industrial de Changsha, la más populosa capital provincial, situada al norte. En la década de 1990 se convirtió en un centro regional de producción de productos químicos y metalúrgicos. La consecuencia fue una terrible destrucción medioambiental; al final, acabaron por ser cerradas más de mil empresas contaminantes, con graves consecuencias económicas. La economía de Zhuzhou siempre fue a la zaga de la economía de las ciudades costeras. A lo largo de la última década, tuvo el crecimiento moderado típico de las ciudades de nivel medio que salpican el interior de China.
Sin embargo, sus funcionarios hablan ahora de la ciudad como si de un nodo tecnológico se tratara. En el último año han surgido cientos de empresas de inteligencia artificial, robótica y datos. Los documentos relacionados con la planificación local reflejan la exuberancia de un auge urbano en ciernes, algo que Zhuzhou sólo pudo observar desde lejos en la década de 1990, cuando se enriquecieron los puertos situados más al este.
Los documentos hacen referencia a «grandes cambios inéditos en cien años», unas palabras utilizadas por el presidente Xi Jinping para referirse al comienzo de una nueva época. Xi cree que China está en vísperas de una revolución en la que decenas de ciudades lograrán avances en robótica, computación en la nube y automatización. Los funcionarios de Zhuzhou también creen que están preparados para cosechar los frutos de la campaña de «prosperidad común» de Xi, un plan para redistribuir la riqueza desde las regiones más ricas hasta las más pobres y desde las plataformas dominantes de Internet hasta los consumidores y los trabajadores.
La estrategia de Xi se entiende mejor en tanto una importante apuesta para que China se convierta en el centro mundial de la innovación durante la próxima década. El cambio hacia la tecnología propia está alterando la distribución geográfica de la maquinaria manufacturera china. Las nuevas inversiones y la emigración se están desviando desde los ricos centros costeros hasta ciudades del interior como Zhuzhou. Una segunda característica es el aumento sin precedentes del número de nuevas compañías tecnológicas. El gobierno está fomentando miles de grupos, grandes y pequeños, en los terrenos de la ciencia de datos, la seguridad de las redes y la robótica. Asimismo, Xi y sus asesores se están haciendo con un control más firme de los mercados. Su capacidad para dirigir los flujos de capital ya es evidente en el modo en que los grupos de capital privado invierten en el país.
Panorámica de la ciudad de Zhuzhou
Este cambio llega en un momento decisivo. El relato acerca del declive de Estados Unidos y Occidente y el ascenso de China aparece con frecuencia en los medios de comunicación estatales. Y, sin embargo, China no ha estado más replegada en sí misma desde que sufrió la condena internacional tras la matanza de la plaza de Tiananmen en 1989. El centro de negocios de Shanghái, una ciudad de 25 millones de habitantes, se ha sometido a un confinamiento en el intento de Xi intenta erradicar la covid-19. Su apoyo a Rusia durante la guerra de Ucrania ha aumentado la posibilidad de una imposición de más sanciones a las empresas chinas. Estas condiciones sólo parecen reforzar el deseo de Xi de lograr la autosuficiencia.
Xi está construyendo un Estado incubadora: una economía que depende en gran medida de la alimentación estatal para crear aumentos en la productividad por medio de investigación y tecnología nacionales. De ese modo, también señala una ruptura prematura con la convergencia tecnológica de la que tanto se ha aprovechado China desde la década de 1980, cuando las compañías extranjeras empezaron a establecer fábricas con tecnologías avanzadas. Esa tecnología acabó por transferirse las empresas locales o fue objeto de ingeniería inversa a bajo coste.
La recompensa, según Raymond Yeung del banco ANZ, fue la materialización de eficiencias productivas. Una característica crucial del modelo de convergencia fue que presentaba pocos riesgos. Para cosechar la recompensa, China sólo tenía que seguir liberalizando, y las compañías extranjeras sólo tenían que seguir aportando capital y equipos de alta tecnología.
Ahora bien, la época de la convergencia está llegando a su fin. El crecimiento de la productividad global de los factores languideció hasta apenas poco más del 1% anual entre 2010 y 2019. Las transferencias de tecnología están ahora sometidas a restricciones mucho mayores por parte de Estados Unidos. Sin duda Xi imagina que las sanciones que devastan a Rusia se dirigen contra China. La respuesta ha sido acabar con la dependencia de la tecnología extranjera y reorientar el modelo de crecimiento hacia lo que se puede crear con medios propios.
De un modo parecido al inversor de capital riesgo que hace apuestas de elevado riesgo y elevadas recompensas, Xi asumirá más riesgos en esta nueva época. Su plan requiere la creación de grandes grupos mundiales competitivos, como el gigante de las telecomunicaciones Huawei. «Pero tendrán que desarrollar muchos Huaweis», dice Yeung. Si las inversiones no producen beneficios, el plan hará que la economía cargue con más deuda y muy poco crecimiento.
Los anteriores dirigentes chinos centraron sus reformas en las ciudades costeras, donde los productos manufacturados podían llegar con facilidad a los puertos. Shenzhen, una ciudad situada a 700 kilómetros al sur de Zhuzhou, se convirtió en el emblema del ascenso de China como fábrica del mundo en la década de 1990. Parte de ese negocio se trasladó al oeste, a ciudades como Chengdu y Chongqing. En sus inicios en el poder, Xi se centró en impulsar el consumo, lo que también favoreció las grandes ciudades costeras. Fue entonces cuando las compañías Alibaba y Tencent, con sede en Hangzhou y Shenzhen, respectivamente, adquirieron importancia en tanto que motores del consumo y fueron a menudo aclamadas como tales por los funcionarios del partido.
La situación ha cambiado rápidamente en los últimos dos años. Xi está reorientando de nuevo la economía hacia la manufactura. El alejamiento de la tecnología de la Internet de consumo, o tecnología blanda, quedó patente en el XIV plan quinquenal publicado en 2021. En su lugar, ahora se hace hincapié en el rápido desarrollo en ámbitos de tecnología dura, como la informática, los semiconductores, el software industrial y el procesamiento de datos masivos. La nueva política industrial no necesita un acceso fácil a los puertos.
Los esfuerzos podrían redibujar el mapa económico de China. Un énfasis en la industria manufacturera empujó a los trabajadores no sólo a las ciudades costeras, sino también a las del interior, donde era posible construir nuevas fábricas a bajo coste, dice Chi Lo, del banco BNP Paribas. El último gran impulso de emigración hacia el interior comenzó en 2001, cuando China entró en la OMC, y duró hasta 2013, cuando Xi llegó al poder y el consumo se convirtió en el centro del crecimiento. Los últimos ocho años han sido testigos de un cambio, con una emigración desde los centros del interior hacia las ciudades del este. En opinión de Lo, China está a punto de iniciar una nueva oleada de emigración hacia el interior que impulsará la nueva revolución industrial de Xi.
La emigración resulta esencial para dotar las nuevas empresas tecnológicas de personal. Un análisis realizado por The Economist de los datos de registro de compañías muestra que las empresas dedicadas a los datos masivos, la inteligencia artificial, la Internet de las cosas, la robótica, la computación en la nube y la energía limpia se están estableciendo en el interior de China a un ritmo sin precedentes. Muchos de los nuevos centros productivos son capitales de provincias pobres. Sin embargo, también muchas ciudades más pequeñas, como Zhuzhou, están experimentando un crecimiento explosivo de empresas tecnológicas.
Hefei, en la provincia de Anhui, una de las regiones más pobres de China, es una ciudad de unos 9 millones de habitantes. En los últimos años se ha reinventado como nodo tecnológico con la apertura de miles de empresas en un corto período de tiempo. En 2021 se instalaron en la ciudad más de 2.500 empresas que declaran desarrollar software básico de inteligencia artificial, frente a sólo 370 en 2020. Miles más dicen ofrecer servicios relacionados. La ciudad septentrional de Shenyang, antaño centro de la industria pesada, ha acogido en los dos últimos años a más de 860 empresas que dicen investigar en robótica, frente a las 170 de los cuatro años anteriores. Unos 4.400 grupos que afirman dedicarse a la Internet de las cosas se instalaron en la ciudad suroccidental de Chengdu en 2021, cuatro veces más que en 2020.
El rápido crecimiento de esas ciudades está estrechamente relacionado con la planificación del gobierno local y la oferta de generosos incentivos urbanísticos y fiscales. En realidad, esas cifras también deberían servir a los planificadores de advertencia puesto que el auge tecnológico inducido por ellos está conduciendo a inversiones potencialmente despilfarradoras. Tomemos, por ejemplo, las empresas de centros de datos y de computación en la nube. La pandemia creó una gran demanda de empresas de Internet de consumo y, a su vez, de servicios de datos. Las políticas locales animaron a todo tipo de empresas a instalarse, o al menos a intentarlo. Los promotores inmobiliarios sólo han tenido que convencer a los funcionarios locales de que les vendieran terrenos y energía a bajo precio para aprovechar el lucrativo sector de los centros de datos, afirma Edison Lee del banco de inversiones Jefferies.
Guiyang, una gran ciudad de la provincia suroccidental pobre de Guizhou, fue testigo en 2020 de una explosión de registros de empresas de centros de datos, muchas de ellas sin experiencia en el sector. Algunas han intentado incluso adentrarse en el campo de la computación en la nube, que requiere un mayor aporte tecnológico que los centros de datos. La oleada de innovación en inteligencia artificial, robótica y tecnología climática harán que muchos aspirantes a hacerse un hueco drenen fondos del gobierno, sin añadir nada al PIB.
Varios inversores se han preguntado de dónde saldrá el talento necesario para impulsar ese auge. El gobierno ha anunciado programas académicos de formación. Sin embargo, el déficit parece evidente. La reorientación de los emigrantes no tiene en cuenta que sus capacidades no han seguido el ritmo del cambio industrial de Xi. Casi el 70% de la mano de obra no ha recibido ni un día de instrucción secundaria, señala Scott Rozelle de la Universidad Stanford.
Para que su plan funcione, el gobierno necesita algo más que un panorama de startups. Y por eso está alimentando una nueva promoción de campeones. Ya no se trata de los grupos de Internet de consumo que dominaron la economía digital china; ahora son empresas dedicadas al software empresarial, la digitalización industrial, la seguridad de los datos y la computación en la nube de propiedad estatal. Pocos inversores de Silicon Valley habrán oído hablar de Baosight, Maxscend, Sangfor, Supcon o YoueData. Muchas de esas compañías cotizan en Shanghái o Shenzhen, no en Nueva York ni en Hong Kong. Son una mezcla de empresas estatales y privadas, pero casi todas tienen vínculos gubernamentales. Y están trabajando para mejorar la infraestructura industrial de China y dar paso a la nueva revolución de Xi.
Baosight es una empresa estatal de software industrial. Crea software para la planificación de recursos empresariales y los sistemas de ejecución de la fabricación que están integrando y digitalizando las plantas industriales de toda China. El objetivo de esos sistemas es impulsar la eficiencia en los sectores siderúrgico, farmacéutico y químico. Recientemente, Baosight ha completado para un grupo siderúrgico estatal un proyecto de integración que se considera el mayor y más complejo de su clase. Su capitalización bursátil se ha triplicado desde 2018, hasta los 62.000 millones de yuanes (9.700 millones de dólares).
Sangfor Technologies, un grupo privado de seguridad de redes y datos con sede en Shenzhen, está ayudando al gobierno a construir plataformas avanzadas de datos masivos. Supcon, también en manos privadas, construye ecosistemas de red para compañías estatales.
Xi Jinping 
Un pequeño pero creciente número de inversores internacionales se ha fijado en esas empresas. Su forma de pensar es muy diferente de la pasada generación de observadores tecnológicos. Las compañías como Alibaba atrajeron financiación cuando los inversores apostaron por el hecho de que sólo el sector privado podía proporcionar la vertiginosa gama de servicios comerciales y financieros online que, a su vez, respaldaría las elevadas valoraciones de unas pocas grandes plataformas.
Esa tesis ha recibido un duro golpe. El gobierno considera que el furor por la Internet de consumo aumentó la desigualdad. El dominio del mercado permitió a las compañías manipular los precios y al mismo tiempo acumular datos personales no regulados. Además, su influencia mermó la del Partido sobre la economía digital. Esos desequilibrios ya se han «rectificado», como dicen los funcionarios, con severas medidas regulatorias.
El Estado no sólo ha conseguido rebajar en más de 2 billones de dólares las valoraciones del mercado tecnológico en el plazo de un año. Ha llevado los gigantes a la sumisión y el declive. Muchos ejecutivos, como Richard Liu de JD.COM, han dimitido. Las compañías están despidiendo trabajadores; pocas llevan a cabo adquisiciones que requieran mucho capital.
Para que los nuevos campeones consigan escala, tendrán que ser competitivos a nivel mundial y ganar cuota de mercado en las economías desarrolladas. Huawei estaba en esa senda antes de ser derribada por Estados Unidos. Xi quiere que China produzca sus propias compañías de tecnología dura para depender menos del hostil Occidente. Sin embargo, si bien esa nueva cohorte de tecnológicas respaldadas por el Estado es menos dependiente que Huawei de los insumos extranjeros, sigue siendo posible que se les prohíba el acceso a los mercados extranjeros, con lo que se le negaría el negocio necesario para crecer y alcanzar un tamaño suficiente.
La financiación del nuevo auge chino se ha convertido en una cuestión espinosa para los inversores de capital riesgo deseosos de encontrar el siguiente Alibaba, pero temerosos de entrar en conflicto con la política gubernamental. Xi lleva seis años reordenando los mercados financieros y de capitales. El mercado bancario paralelo de China, de 58 billones de yuanes, fue atacado por primera vez en 2017. Ese mismo año se frenó una oleada de inversiones especulativas hacia el exterior de 450.000 millones de dólares que duraba tres años y estaba impulsada por ostentosos magnates. Al mismo tiempo, los promotores inmobiliarios se vieron privados de la oferta crediticia que había financiado un frenesí de 20 años.
En 2021, los altos funcionarios empezaron a referirse al enemigo por su nombre: una «expansión desordenada del capital» que ha buscado irresponsablemente altos rendimientos a costa del bien común. En los últimos años han caído cientos de funcionarios y empresarios acusados de corrupción, pero sólo de modo reciente se ha acusado a algunos de ellos de estar «influenciados por el capital». Zhou Jiangyong, antiguo secretario del partido en Hangzhou, la próspera ciudad oriental donde se encuentra la sede de Alibaba, es actualmente investigado por ese tipo de delitos. También ha sido vinculado por los medios de comunicación locales con empresas afiliadas a Alibaba.
Xi ya está ofreciendo un plan para un «desarrollo ordenado del capital». Supervisó personalmente en 2021 el lanzamiento en Pekín de una nueva bolsa de valores, centrada en canalizar las inversiones hacia los pequeños grupos tecnológicos. Los fondos estatales recaudan cada vez más dinero e invierten en compañías tecnológicas privadas. El programa de «pequeños gigantes», puesto en marcha por el Ministerio de Industria y Tecnología de Internet, está seleccionando a miles de empresas que recibirán incentivos fiscales y financiación pública. Según Bloomberg, China tiene previsto invertir este año unos 2,3 billones de dólares en nuevos proyectos, muchos de los cuales se centrarán en fabricación de alta tecnología y desarrollo tecnológico.
Han Wenxiu, un importante asesor económico, declaró recientemente que la adopción de medidas severas contra el capital desordenado no consiste en rechazarlo, sino más bien de que el capital siga las indicaciones del partido. Es lo que ya está empezando a suceder. Las inversiones de capital privado en tecnología de consumo, por ejemplo, se desplomaron el año pasado; mientras que las inversiones en microchips y software se dispararon hasta alcanzar nuevos máximos.
En la actualidad, los inversores tecnológicos con un ojo puesto en compañías como Sangfor y Supcon se basan en la política y el volumen de negocio vinculado al Estado para evaluar si son prometedoras. Los analistas de los bancos de inversión suelen citar la inclusión de una empresa en un gran proyecto gubernamental como una fuerte señal para la compra, y evitan cualquier cosa que vaya en contra del mensaje del Estado. «Cada vez que examinamos un sector, los inversores nos preguntan si se va a considerar que ese ámbito promueve la desigualdad», dice Kiki Yang de la consultora Bain.
Muchas empresas de capital riesgo están encontrando menos restricciones en sus inversiones, siempre que se centren en las áreas que gozan del favor del partido: las compañías de tecnología dura y energía limpia que surgen a gran velocidad. Las inversiones de capital riesgo en energía limpia aumentaron en 2021 hasta los 8.700 millones de dólares, frente a los 5.600 millones de 2020, según la empresa de investigación PitchBook. Un número cada vez mayor de inversores privados desea invertir junto a los fondos estatales, o bien encontrar empresas emergentes que ya hayan recibido dinero del Estado, afirma un inversor. La luz verde del Estado es ahora un poderoso estímulo para el mercado.
Muchos de los desequilibrios de la economía china (los objetivos de los ataques de Xi) surgieron o empeoraron bajo su mandato. Los magnates de la tecnología ganaron miles de millones en la última década. Xi supervisó una de las mayores acumulaciones de deuda del sector inmobiliario del mundo. Su gobierno relajó los controles que permitieron una oleada de compras especulativas en el extranjero. Las severas medidas reguladoras de Xi han sido, en muchos sentidos, un intento de corregir las distorsiones del mercado causadas por sus propios fracasos políticos.
Algunos inversores globales veteranos temen que el ciclo de errores y correcciones se repita. Pocos han creído el discurso de una «expansión desordenada del capital». China ha logrado construir un Estado avanzado y moderno gracias únicamente a la introducción de las fuerzas del mercado y del capital extranjero. Su panorama tecnológico de categoría mundial ha sido alimentado por fondos globales de capital riesgo y capital privado. Que Xi y su equipo de tecnócratas den ahora la espalda a todo esto, afirma un gran inversor, demuestra que no han aprendido de los últimos 40 años. El hecho de que crean que están preparados para hacer el trabajo del mercado no hace más que enviar señales equivocadas.
© 2022 The Economist Newspaper Limited. All rights reserved.
Traducción: Juan Gabriel López Guix
© La Vanguardia Ediciones, SLU Todos los derechos reservados.

source