Carlos Puig
Agustín Gutiérrez Canet
Héctor Aguilar Camín
Durante la inauguración de la refinería Olmeca (conocida por todos como Dos Bocas), la semana pasada, Andrés Manuel López Obrador se congratuló por su decisión de impulsar la industria petrolera en México y por no escuchar “el canto de las sirenas, las voces de los que pronosticaban… el fin de la era del petróleo y la llegada masiva de carros eléctricos y de las energías renovables”.
El propio Presidente reconoció que el “avance tecnológico más temprano que tarde se convertirá en realidad y será benéfico para la salud y el medio ambiente”, pero resaltó que “para llegar a ello todavía falta tiempo”. Estoy de acuerdo: la era del petróleo en el mundo está lejos de terminar. Esto no significa descartar la amenaza del cambio climático o abandonar la transición hacia energías limpias. Solo que tenemos que ser realistas en cuanto a los tiempos y aprovechar nuestra vasta riqueza petrolera.
Con la invasión a Ucrania, el mundo ha redescubierto la relevancia de las energías fósiles y se ha percatado de lo lejos que estamos de sustituirlas por energías renovables. El precio del petróleo está cerca de máximos históricos y las refinerías están arrojando dinero. De acuerdo con López Obrador, la reciente compra de Deer Park por parte de Pemex se pagará en un año.
Por supuesto que las cosas pueden y van a cambiar. El precio de las energías fósiles va a bajar (y de la mano los márgenes de las refinerías). La desaceleración económica global y eventual resolución de la invasión a Ucrania van a provocar un ajuste. Así funcionan los mercados, pero lo que ha quedado claro es que el mundo no está listo para funcionar solo con energías limpias y que su dependencia del petróleo durará décadas. El propio Estados Unidos, un gran propulsor de las energías renovables (y una de las voces más vocales del canto de las sirenas), está buscando aumentar su producción de petróleo.
Ahora bien, que la industria petrolera tenga un futuro prometedor a mediano plazo no significa necesariamente que la construcción de Dos Bocas valió la pena. De entrada, no va a refinar un barril de crudo por varios años (aunque, a diferencia de varios analistas, pienso que no tiene sus días contados porque la transición a energía renovable tardará más tiempo de lo que muchos creen).
Está también el costo. De un presupuesto original de 6 mil millones de dólares, el precio final puede alcanzar 18 mil millones de dólares. Con una inversión de ese tamaño, va a ser muy complicado que Dos Bocas llegue a ser negocio, aun tomando en cuenta el auge actual de las refinerías y la prolongada vida que puede tener. Además, ese dinero bien se pudo destinar a negocios petroleros mucho más rentables para el país, como la exploración y producción de crudo.
Pero en términos direccionales, es correcto apostar a la persistente relevancia de la industria petrolera, sobre todo para un país rico en este tipo de energía como el nuestro. López Obrador hace bien en resistir el canto de las sirenas.
Julio Serrano Espinosa
juliose28@hotmail.com
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