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Oscar Doval
Hace un par de meses tuvimos la oportunidad de visitar los diferentes sectores de José Félix Ribas, en Petare, la barriada popular más grande de Latinoamérica.
Para nuestra sorpresa, encontramos una comunidad pujante, viva, enérgica. Teníamos 2 años sin visitar la zona. La última vez la vimos apenas sobreviviendo a la pandemia y a la crisis inflacionaria que arrasó con buena parte de la actividad productiva del país.
Encontramos un gran número de bodegas, ventas de repuestos de moto, peluquerías, ferreterías, pequeñas panaderías, ventas de ropa, puestos de alimentos, ventas de comida, así como negocios de otros ramos por doquier. Esta actividad comercial, la observamos tanto en las calles principales, como en aquellos callejones, sinuosos y empinados, tan propios de nuestros barrios.
Comerciantes vendiendo y gente comprando. Bolsitas pequeñas o grandes, en manos de aquellos que caminaban de «acá para allá», en un incesante vaivén, que incluso dificultaba el caminar por la calle.
Por supuesto, como suele ser nuestra costumbre, nos paramos en muchos de estos comercios para preguntar cómo estaban haciendo, cuánto estaban vendiendo, cuáles eran sus precios y cómo veían la economía de nuestro país.
El cansancio de «patear» todo el día, con una «pepa de sol inclemente», no fue óbice para impedirnos visitar más de 50 emprendimientos.
Julio tiene 42 años y una minúscula panadería a «pie de calle». Nos contó que tiene ya 7 años con su negocio, y que los productos que vende, pan, galletas, cachitos y otros tantos más, los hornea en su casa, donde cuenta con una nevera, horno y «sobadora» industriales. Fuimos a su casa, a un escaso kilómetro del sitio de venta. Allí estaba su esposa, Yaimis, y sus 3 hijos. En dos humildes cuarticos, impecables en términos de higiene, tenía un saco de harina y otros ingredientes a la sazón, con los que su esposa estaba haciendo los productos que vimos en el negocio familiar. Yaimis estaba sacando del horno una bandeja de pan que «olía a gloria».
Con insistente amabilidad, nos dio a probar el pan recién salido del horno. Aquello sabia a gloria, era simplemente un manjar. No pan, un manjar. Nos comentaron Julio y Yaimis, que vendían alrededor de 3 mil dólares al mes a los lugareños, y que, si contaran con una batidora industrial, y dinero para comprar más materia prima, podrían al menos duplicar sus ventas. Lo aseguraban, porque antes de las 10 de la mañana, todos los días, tenían vendido toda su producción.
Otro comercio que nos llamó la atención fue el de Keilys, que vendía ropa deportiva. Licras, tops, shorts, franelas y demás abalorios, muy bonitos, que costaban entre 5 y 20 dólares. En un espacio no mayor de 6 metros cuadrados, y con las paredes atestadas de mercancía, la gente entraba, se probaba la ropa, y se hacía de al menos una prendita.
Keilys nos contó que podía tener precios solidarios, porque no revendía productos de terceros, sino que contaba con un pequeño taller, muy cerca de allí, en su lugar de vivienda, donde se fabricaban todos sus productos. Se trataba de un negocio familiar, donde trabajaban ella, su esposo, sus hijos y nueras.
Al igual que en el caso anterior, nos «lanzamos» a su casa, y en efecto, vimos un lugar organizado y «muy bien puesto», con cinco máquinas de coser semi-industriales, y cuatro personas cortando y cosiendo prendas de vestir. Nos aseguró que estaba facturando mensualmente unos 6 mil dólares, entre lo que vendía en la tienda, y encargos de uniformes, que recibía periódicamente. Al igual que Julio, nos comentó, que, si contara con más plata para comprar telas y un par de máquinas, podría ver incrementados sustancialmente sus ingresos, ya que no se daba abasto para cumplir con los pedidos especiales que recibía, así como para cubrir las demandas de la tiendita.
Todos los entrevistados nos refirieron que desde hace un año y medio habían visto mayor capacidad adquisitiva en la gente del barrio, y que, aprovechando la coyuntura, decidieron emprender o repotenciar los negocios que ya tenían, y habían estado «dormidos» entre 2017 y 2020.
Tras la visita, el equipo de trabajo de la firma británica de consultoría y banca de inversión en la que hacemos vida, Moore GSF, estuvimos dándole «vueltas a la cabeza» para poder potenciar el microemprendimiento en José Félix.
Grameen
El modelo Grameen surgió de la institución Grameen Bank, en 1974, en una villa homónima de Bangladesh. El profesor Mohammad Yunus, premio Nobel de la Paz, emprendedor social, banquero y líder social, ha sido el pionero y gran cultor de los conceptos de microcréditos y microfinanzas. Estos créditos son otorgados a emprendedores de bajos recursos que no califican para uno en la banca tradicional.
Básicamente, Yunus plantea un modelo de préstamos solidarios o de grupos, donde 5 micro-emprendedores solicitan un crédito, y cada uno es garante del otro, generando fidelidad y corresponsabilidad en el pago de la deuda. Este modelo ha sido implantado a nivel mundial con un éxito impensable, pues las personas de comunidades vulnerables que han sido sujetos de estos tienen una tasa de morosidad extremadamente baja, inclusive, por debajo de la banca comercial convencional.
Actualmente, los datos de Grameen Bank son impresionantes. Desde su creación hasta diciembre de 2021, ha otorgado cerca de 15.000 millones de dólares en microcréditos, con una tasa de pago superior al 98%. El número de beneficiarios supera los 12 millones de personas, de las cuales el 95%, son mujeres.
La historia de las microfinanzas de Venezuela se remonta a los años 80 cuando aparecen los programas de microcrédito. En principio, a través de los programas de apoyo a las microempresas, impulsados por el gobierno y organizaciones civiles. Ya tempranos los 90, se promulgaron políticas públicas al respecto.
A finales de los 90, la banca comercial se hace del microcrédito, contando como caso icónico a Bangente, una entidad creada como el primer banco «microcrediticio» venezolano. Asimismo, surgen otras iniciativas en la banca local, pública y privada, y el microcrédito pasa a ser parte de la cartera regulatoria de todos los bancos.
En 2014, el monto promedio de microcréditos equivalía a 224 dólares, mientras que en 2018, durante el tsunami hiperinflacionario, pasó a ser de tan sólo 5,6 dólares.
Solución microcrediticia
Luego de la estabilización de las variables macroeconómicas de inflación y devaluación, Venezuela vive una modesta pero significativa activación desde el año pasado, que se ha traducido en un incremento del consumo en todos los niveles sociales, excluyendo sin duda a aquellos segmentos poblacionales que se viven en pobreza extrema.
Estamos hablando de una arquitectura social, donde al menos unos 14 millones de personas han visto una mejora en su nivel de vida, ya sea como consecuencia de la dolarización creciente de los salarios y servicios profesionales, así como a través del emprendimiento y la economía informal.
Un grupo de empresarios venezolanos, muy venezolanos, con capital propio, decidimos asociarnos y crear una alternativa de microcréditos usando el mencionado modelo Grameen, y destinado a emprendedores de barriadas populares, para apoyarlos en el crecimiento y alcance de sus negocios.
PÍDELO surge como una solución innovadora para los microempresarios venezolanos, focalizado en brindar en sectores populares de Venezuela, educación financiera, manejo logístico-comercial y microcréditos privados, a aquellas personas con bajos recursos económicos y limitado acceso al crédito bancario. Esta iniciativa, habilitada tecnológicamente, verá luz en estos días en la Bolsa de Valores de Caracas y será pilotada, por supuesto, en nuestro amado José Félix Ribas.
Cuando le decimos que es responsabilidad suya y mía el destino económico de la patria, nos referimos a iniciativas como esta, cada una, pequeña o grande, suman a la recuperación económica y social de Venezuela. En la próxima entrega ahondaremos al respecto.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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