El postmarxismo mexicano que está de moda en la administración pública piensa en términos de los referentes sindicales de hace 150 o 200 años. Desde el punto de vista político esto es natural.
Ronald Coase, en los años 20 del siglo ídem, escribió un artículo llamado ‘La naturaleza de la empresa’. En él, Coase se pregunta si los mercados libres son tan eficientes, ¿por qué están intermediados por la empresa, una estructura de comando y control, donde la autoridad es vertical, y normalmente la detenta el dueño del capital? Es decir: ¿por qué tengo que salir a venderle mi trabajo a una empresa, cuando debería poder salir al mercado y vender mis horas trabajables al mejor postor?
La respuesta fue que los costos de transacción de hacer eso eran prohibitivos. Los mercados para comprar y vender toallas higiénicas para perro (sí, eso existe) son mucho más eficientes que los mercados laborales. Es más fácil identificar competidores, costos y precios en mercados de bienes y servicios tangibles y perfectamente comerciables, que en los mercados laborales. Por eso necesitábamos pequeños ejércitos, llamados empresa, para organizar la producción durante la mayor parte del s. XX.
Con las tecnologías de comunicación, datos, geolocalización, ubicuidad remota y otras es posible que eso haya cambiado, y que ‘la empresa’, como la conoció Coase, ya no sea necesaria. Encontrar un taxista honrado en el vecindario que no era el tuyo y donde estabas de visita era difícil, y por eso acudíamos a la red de conocimientos de quien confiábamos. “Hay un sitio de taxis en tal calle”, “toma este autobús y no este otro”. Eso hacía que, en el mercado de transporte privado de alquiler, hubiera monopolios locales. La autoridad quisiera que esos monopolios subsistieran en lugares como los aeropuertos porque esa estructura es conveniente para extraer rentas económicas y ejercer control político. Pero, una vez que llegan los sistemas de organizar viajes mediante aplicaciones, ese monopolio no tiene razón de ser y se acaba.
Lo mismo ocurre con los sistemas de reparto de comida. La congestión urbana y la escasez de tiempo hacen que la gente demande más comida preparada que se entregue en donde está. Las aplicaciones ayudan al restaurantero a encontrar repartidores, y a estos dos a encontrar clientes. Las empresas de aplicación celular no son los dueños de los restaurantes o de los supermercados, de los transportes o de las rutas. Lo único que tienen es un montón de información estratificada y ordenada, y una base de servicio que permite que todo ocurra a tiempo y en forma.
La STPS, de Luisa María Alcalde, está impulsando una iniciativa de ley para que las empresas de aplicaciones sean patrones sustitutos de choferes, repartidores y afiliados a ellas. La responsabilidad de la seguridad social es lo de menos; la negociación de contratos colectivos, horarios y todas las camisas de fuerza del sistema laboral antiguo destruirían las posibilidades de que estos negocios existan.
La ventaja de estos negocios es que hay muchas vías de entrada. Yo me puedo volver Uber si tengo un coche o si conozco a alguien que tenga un coche y quiere que yo se lo maneje. En el primer caso, soy un emprendedor con un vehículo, ganas y tiempo para trabajar. En el segundo caso, hay una relación subordinada, pero no con la empresa de información y servicios de inteligencia de mercado y administración. El dueño del capital es el dueño del coche.
Una definición de locura es hacer lo mismo siempre y esperar un resultado distinto. Una definición de imbecilidad es tratar de forzar los moldes del pasado a un futuro que no conocemos. Si no es idiotez, al menos es falta de imaginación. México necesita mercados donde la gente pueda vender su trabajo de manera libre y que sean rentables. Nuestro modelo laboral sindical ha resultado en tasas de participación laboral bajas, informalidad económica y destrucción de sectores enteros intensivos en trabajadores. Hay que buscar nuevas fórmulas que hagan a estos negocios viables. Luisa María Alcalde, hija de sindicalista, no lo entiende. La gente que está en las plataformas, sí. Lo que quieren es cultura vial, poder usar el baño, que los polis no los agredan, que no los discriminen.
La seguridad social es algo que tenemos que discutir como país. No puede ser que siga colgada del mercado laboral. Necesitamos cobrar todo el IVA y fondear un seguro universal con él. Así habrá más empresas formales. Necesitamos libertades universales, no prebendas sindicales.
Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.
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