En Multiflor Vivero se ofrecen plantas desde USD 1 hasta 150. Está ubicado en la calle Nuestras Señora de Santa Ana y Los Pinos. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Para que una flor crezca hay que hablarle. Si se lo hace con dulzura, con palabras de cariño, y si de vez en cuando se le canta, se pone más bella todavía. Ese es el secreto de Karina Gualoto, quien a sus 47 años es dueña de uno de los 300 viveros que hay en Nayón.
Esta tierra está pintada de colores. Al poner un pie en la vía principal ya huele a flores. Plantas de todos los tamaños, unas pequeñitas que caben en la palma de la mano y otras que superan los cinco metros se enredan en las puertas de los negocios que bordean la calle Quito.
Por eso, el haber nacido en Nayón -dice Karina- fue una bendición. La tierra de esta parroquia es generosa. Da todo tipo de plantas ornamentales, medicinales y árboles, por eso sus habitantes, en lugar de abandonar el lugar en busca de trabajo, voltearon a ver al campo y decidieron, desde hace más de 70 años, sembrar para vivir. Hoy, el 40% de las casi 20 000 personas que habitan ahí vive de la venta de plantas o de actividades relacionadas como comercialización de fertilizantes o insecticidas, venta de macetas y más.
El negocio de las plantas y flores al por mayor y menor llegó a mover, solo en Quito, casi USD 20 millones de enero a mediados de diciembre del año pasado según las estadísticas multidimensionales del SRI. Una cifra similar a la que movió durante el 2020.
Según esos números, la llegada de la pandemia afectó al negocio, ya que en el 2019, por ejemplo, la declaración de las ventas bordeó los USD 30 millones. Pero los viveros de Nayón aseguran no haber sentido ese impacto, al contrario.
Recuerdan que, al menos los negocios de esta parroquia, dispararon sus ventas cuando las personas empezaron a quedarse en casa. Karina supone que la gente se dio cuenta de que una planta tiene magia, es capaz de hacer compañía y de llevar paz al hogar. Su vivero, El Rincón de Juan, pasó de vender hasta USD 120 en un buen día antes de pandemia, a USD 300.
En el negocio trabaja también su hermano Víctor Gualoto. Su abuelito fue uno de los promotores de la jardinería de la parroquia. Tiene recuerdos de su infancia, a sus cinco años, tomada de la mano de su abuelo, caminando por esas vías de tierra y vendiendo flores. Su madre tiene un sembrío de plantas en Santo Domingo, de donde abastece su vivero con palmas, crotos, helechos, lenguas de suegra y bambú de interior. Poco a poco, empezó a traer especies de para ofrecer variedad. Hoy llegan de al menos seis zonas.
Pero hay una especie que en lugar de traerla viene de otras provincias a llevársela. Un tipo de árbol que es considerado una obra de arte, cuya producción tiene su núcleo en Nayón: el bonsái.
Desde hace 27 años, Janet Pillajo, quien acaba de ajustar los 52, es dueña de Casa Bonsái. Entrar a su local es como ingresar a un mundo en miniatura con cientos de árboles de tallos gruesos y frondosos que no superan los 80 cm de alto.
Cuando su esposo empezó a darles vida, no eran muy comunes. Él aprendió el oficio de una enciclopedia. Leyendo supo cómo hacer bonsáis de guabas, capulí, aguacate… Causaban sensación, y así entendió que eran más rentables que las plantas. Su esposo es quien, con paciencia, da forma a los arbustos. Puede pasar mirándolos por horas hasta decidir qué diseño les dará.
Ofrece árboles que van desde los USD 15 hasta los 15 000. El más caro es una maceta con seis árboles, algunos de ellos de más de 27 años.
Un bonsái cambia de forma conforme el paso del tiempo, por eso lo llama arte vivo. Usualmente, cuatro o cinco años luego de sembrar un árbol se le puede diseñar.
En este negocio, la pandemia también sirvió de abono. Janet recuerda que, debido a la demanda, debió contratar una moto y un carro para hacer las entregas a domicilio. Las ventas se las hacía por redes sociales. Antes de la llegada del virus, un buen mes vendía USD 400, y en el confinamiento llegó a vender hasta 1 200. La buena racha duró cuatro meses. Este mes, como es usual, la venta cayó.
Lourdes Lema, 50 años, decidió poner un vivero por tradición, ya que sus padres también trabajaban en el cultivo de las plantas ornamentales. No es un trabajo fácil hay que saber sembrar, regar, abonar… Para ahorrar en agua, recoge la lluvia en un tanque, lo que le permite reusar ese líquido y que la planilla no supere los USD 45.
La venta de plantas es la principal fuente de ingresos de la parroquia. Le siguen la gastronomía y el turismo, según Daniel Anaguano, presidente del GAD de Nayón.
Además de los 300 viveros, hay más de 200 restaurantes y proyectos turísticos como museos, juegos extremos, granjas, piscinas, pesca deportiva y senderos.
ANayón le recorre sangre verde. Esta es la tercera generación de las familias que se dedican a este negocio. Y no exagera al decir que todos los pobladores tienen al menos un familiar que tiene alguna actividad relacionada a las plantas, por eso bautizaron a la parroquia como el ‘Jardín de Quito’.Según el GAD, entre viernes y domingo llegan más de 4 000 personas en autos lo que genera congestión, conflicto por los parqueaderos, ventas ambulantes e inseguridad. El reto para la autoridad es el control.
Anaguano no se cansa de asegurar que Nayón, además de ser la parroquia con más flores, es la que tiene más emprendedores, y que no solo venden plantas, venden vida. Esa es la magia de la que hablaba Karina.
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