Lo que conocí como el Circuito de Guelatao a principios de la década de los setenta, era un barrio bravo, de familias humildes, luchonas e individuos con coraje, trabajadores, con empuje que respondía a las condiciones que les acompañaban entonces. No se doblegaban ante los golpes de la vida. Algunas pocas familias gozaban con viviendas de material en circunstancias más favorables al de las mayorías.
Aun cuando algunas otras eran propietarios de los terrenos ocupados, el escenario de subsistencia de los de adentro difería al del resto de la población que se establecían a escasa distancia de este lugar, dado que se incrustaba prácticamente dentro de los primeros cuadros de la ciudad, donde ya habían escuelas y academias, pequeños restaurantes como El "Buen Taquito", tintorería, tiendas de abarrotes, panaderías, lecherías, molinos, verdulerías, templos, talleres y algunos otros negocios.
En los alrededores de este mundo, consciente o inconscientemente, algunos oportunistas también le acompañaban con rentables negocio facilitadores de la opresión, poco favorables a las familias del barrio con los que provocaban la euforia pasajera, quizá el olvido momentáneo; pero también al deterioro de su estado anímico y emocional. Obreros y empleados que se ganaban la vida en labores de gran desgaste físico, ingresos bajos, poco reconocidas, a las que contraían sus recursos y golpean la buena relación natural, tales como cervecerías, casas de citas que eran tentadores distractores, personas dedicadas a la usura, lectura de cartas, esoterismo y cantinas disfrazadas de pollerías, causaban estragos a las buenas relaciones internas entre el núcleo y las familias.
Desde luego que esto no era la regla general. Sin embargo, los más débiles cayeron presa de sus debilidades y llegaron a tocar fondo en el alcoholismo. Un papel muy importante en el entorno lo brindó la religión y la fe con maratónicos rezos que acostumbraban algunas familias, colocando grandes altares que ocupaban toda la sala, lo que brindaba espacios de convivencia y esperanza de vida. También las caminatas organizadas para visitar al señor de Tila en Chiapas, ejercicio de fe que se alentaba con la idea de atravesar la selva, las enigmáticas caídas, las anécdotas de la cruz en lo alto del cerro girando, las personas que se extraviaban y una salida y llegada que se anunciaba con el lanzamiento de cohetes.
Los trabajos que desempeñaban sus habitantes principalmente eran de: taqueros, vendedores de merengues, pastelitos fritos, platanitos, frituras, periódico, recolectores de botellas, carretilleros, cargadores; dependientes en negocios como billares, restaurantes, abarroteros, salas de cines; albañilería, comerciantes, panteoneros, carpinteros, tejedores de muebles, reparación de electrodomésticos y estufas. Una larga lista que incluía técnicos como mecánicos, reparación de máquinas de escribir, de coser, apertura de cajas fuertes, relojeros, músicos, sastrería, tapicería, hechura de bisutería y hasta un apicultor. En el caso de las mujeres lo hacían lavando y planchando ropa, la venta de masa, pozol, pollo, aboneras y en la venta de comida.
Con el crecimiento de las generaciones algunos se convirtieron en luchadores, secretarias, bodegueros, electricistas, bomberos y hasta petroleros. A la par que los de menor edad, rebasaban los estudios de las generaciones antecedidas; comenzaron algunos a estudiar carreras profesionales: contaduría, derecho, economía, ingeniería y algunas otras más que empujaron a mejorar las condiciones de vidas de las familias. Hoy todo se encuentra totalmente urbanizado. El caserío fue borrado por casas de más de una planta, edificios habitacionales, un pequeño parque con un espejo de agua donde una vez creció un popal, e incluso algunas casas ya se encuentran abandonadas, dejándose ver ahora como un pintoresco y hasta romántico lugar.